Los días que vivimos son una de las fechas más simbólicas para buena parte del mundo occidental. En estricto rigor, la muerte de Jesús termina de cerrar el nacimiento de una nueva religión que ha determinado la vida y cultura de esta parte del planeta: el cristianismo.
Sin entrar en materias de fe y creencias, debe dejarse claro que lo anterior es de una evidencia bastante notable a lo largo de la historia.
Dicho lo anterior, detengámonos un momento en uno de los mensajes más profundos y conocidos de esta creación: "Ama a tu prójimo, como a ti mismo". Se trata de un concepto de una enorme belleza y humanidad que logra superar el paso del tiempo y cualquier finitud de vidas individuales.
Se habla de respeto, de afecto, compromiso, en un intento de sacar lo mejor de nosotros mismos.
Este es uno de los alcances más notables del mensaje de Jesucristo, creamos o no en su divinidad.
Pocas personas han influido tanto a lo largo de una vida breve, pero cargadas de un rico y contundente contenido.
Es precisamente eso lo que ha hecho tan determinantes a ésta y gran parte de las religiones, obviando los conocidos bemoles y episodios críticos. Tales constructos, en general, y bien entendidos, conllevan un profundo mensaje de compromiso por quienes nos rodean, incluyendo la totalidad del medio ambiente.
Es cierto que muchas religiones también parecen hablar desde la diferencia, desde la verdad absoluta, lo que genera una distancia a veces insalvable con quienes no profesan sus creencias, pero debieran entenderse como cuestiones específicas, lecturas erróneas, acomodadas o derechamente interesadas.
Si nos centramos exclusivamente en el amor pleno, hemos de reconocer que esto ha catapultado una nueva forma de entender las cosas, de vincularnos, permeando incluso la legalidad del Estado y nuestras relaciones más básicas.
El respeto y compromiso por el otro es una cuestión tremendamente humana que si pusiéramos en ejercicio no convertiría en mejores personas y al mundo en un espacio mucho mejor. Intentémoslo.