De los días perdidos
Ante el mundo casi en eterno presente al canto de sirenas de múltiples medios de comunicación masiva, ¿quién reflexiona acerca del pasado inmediato de su entorno existencial? Los que suelen hacerlo, saben que allí se inicia un reino de minusvalía que se traduce en desarraigo, indiferencia, menoscabo y otras lacras inconfesables. ¡Vamos a la vereda del frente! Allí las cosas son distintas. En la literatura nortina, por ejemplo, hay un predominio de obras que recrean un Norte ido. Es un filón rico. Muchos han trabajado en él. Pero no es el único. Obras como "Jaivón", "Norte Grande", "Carnalavaca", "Tierras Rojas", "Norte Adentro", "Llampo Brujo" y hasta las más recientes y difundidas, están en esta categoría. Con ellas se reconstruye una valoración de la Región con hombres cuyas vidas maneja cual simples datos la gran Historia.
Pero, no todo filón rinde igual. En nuestras letras hay obras diferentes que satisfacen íntimos anhelos por saber de personajes y sucesos del menudo quehacer en estas tierras de migrantes que, buscando el "buen dinero", llegaron con una ilusión inagotable que los acompañó hasta soleados y solitarios cementerios que protege la vastedad, donde aún rondan sus ánimas benditas. Libro magistral en esta modalidad es "De los días perdidos" (1976).
Su autor, Homero Bascuñán, como todos, fue nortino coquimbano, del mineral de Tamaya, nacido en la mina Llano Blanco. Con sus 14 años, ya estaba en la pampa salitrera. De esos días toma los recuerdos que sustentan las pequeñas crónicas del libro citado. Sólo 73 crónicas (y por algo será). Con ellas, nos vamos a la intimidad de esos hombres y tiempos. Allí la fantasía se arrincona, sorprendida por una realidad, la de nortinos comunes, que compite gananciosa con los mejores frutos de la imaginación. Leer estas humildes páginas, valga el recuerdo para Sabella y su amigo Bascuñán, también es nortinizar y así lo cree cualquier nortino.
Osvaldo Maya Cortés