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"Yo creo que operó la protección a la familia presidencial, de eso no cabe duda"

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Convertido en uno de los querellantes más críticos del caso Caval, que calificó como una vergüenza que Natalia Compagnon, la nuera de la Presidenta Bachelet, quedara con medidas cautelares de arraigo y firma, mientras formalizados por delitos similares en el caso Penta no se libraron del arresto domiciliario total, el abogado de la Universidad Católica de Valparaíso, Mario Zumelzu, vuelve a las trincheras en esta bullada causa que golpea al Gobierno.

El expresidente de Schwagger, quien fue asesor del desaparecido senador UDI Beltrán Urenda y que se mantiene firme en ese mismo rol con Evelyn Matthei desde 1995, acusa cambios de criterio en la Fiscalía, afirma que aquí operó la protección a la familia presidencial y sostiene que la Mandataria conocía la existencia del negocio de Caval.

Cambio de criterio

¿Qué medida cautelar le correspondía a su juicio a Natalia Compagnon?

- Por el delito que era formalizada, presentación maliciosa de declaración de impuesto, que tiene una pena de presidio menor en su grado medio a máximo, y porque en este caso además hay reiteración, ya que ella presentó declaración maliciosa de impuestos en 2013, 2014 y 2015, la pena se puede elevar hasta en dos grados, es decir, entre 10 ó 15 años. De manera que creo que a lo menos debió haber tenido arresto domiciliario total. El delito que se le imputa a la arquitecta Cynthia Ross, que es de soborno, tiene una pena inicialmente que puede ser incluso más baja que la de Compagnon. Y sin embargo Ross queda con arresto domiciliario nocturno y Compagnon se va a su casa.

¿Cómo interpreta esa decisión?

- Acá hubo un cambio de criterio que llama mucho la atención. En el caso Penta, Manuel Antonio Tocornal, imputado por el mismo delito que Compagnon, estuvo tres meses con arresto domiciliario total. A nosotros no se nos dejó pedir cautelares, pero en una situación similar sí se le permitió a la Fundación Ciudadano Inteligente. Entonces hay dos cambios de criterio muy marcados, uno por parte del juez de garantía y otro por parte de la Fiscalía. Yo creo que operó la protección a la familia presidencial, de eso no cabe duda.

"compagnon sabía"

Se habló mucho de prisiones preventivas como cautelares en esta formalización, pero el fiscal Toledo dijo que ellas no tienen por objeto aplicar anticipadamente penas de ninguna naturaleza y lo respaldó Abbott en esto.

- Evidentemente Abott lo va a respaldar, si la petición de cautelares de Toledo obviamente fue consultada con la Fiscalía nacional. Toledo tiene razón en que las cautelares no son una pena anticipada, pero sí el Código establece cuáles son los requisitos para que proceda una medida cautelar. Y en este caso procedía por cuanto están acreditados el hecho punible, la participación en él y delito tiene asignada pena de crimen. Además, yo creo que Compagnon debió haber sido formalizada por el delito de soborno.

¿Por qué?

-Nadie en Chile puede creer que habiendo dos socios en una compañía, uno sabía que estaban pagando sobornos a funcionarios públicos -al director de Obras de Machalí y a la arquitecta Ross- y el otro socio no sabía. ¿Compagnon se iba a beneficiar de una actividad delictiva y no iba a saber cómo esto cayó del cielo? Tenía una relación de día a día y de mucha complicidad con Valero; en algunas grabaciones telefónicas tienen un trato muy coloquial, incluso con garabatos. Ella sí sabía lo que estaba pasando. La prueba de contexto que consta en la carpeta investigativa servía de mérito suficiente para fundar también una formalización por soborno en su contra, lo cual tampoco ocurrió y es otra expresión de protección a la nuera de la Presidenta.

Sebastián dávalos

El fiscal Toledo dijo que no existían antecedentes para formalizar a Sebastián Dávalos.

- Yo le agregaría a esa declaración: por ahora. Queda un año de investigación y Caval ha sido una caja de sorpresas permanente. Cuando hace un año estalló el caso, el Gobierno se apuró en decir que esto era un negocio entre privados y plenamente regular. Y resultó que no era un negocio entre privados, hay sobornos, es decir, de alguna forma se hizo participar a funcionarios públicos de estos ilícitos. Y no era regular porque esto, que partió como la investigación de un crédito bancario especulativo y anómalo, termina con 13 personas formalizadas por varias conductas delictivas: soborno, delitos tributarios. Y se nos vienen la estafa por el tema de los correos y la arista Saydex (empresa de informática en el área de salud que se asesoró con Caval y que mantiene 80 contratos con servicios estatales del rubro).

¿Usted cree que Sebastián Dávalos incurrió en tráfico de influencias?

- Eso lo va a decir la investigación, pero quien se beneficia de actividades delictivas -los Lexus, un buen pasar- yo creo que no puede estar ignorante de todo lo que hacía su señora, la sociedad Caval. Él era un gerente de proyectos de la empresa, de manera que si no sabía lo que hacía la sociedad era bien mal gerente.

Impuestos iNternos

Usted se considera el responsable de haber abierto arista tributaria del caso.

- Cuando planteamos la querella el 9 de abril del año 2015 pedimos numerosas diligencias de carácter investigativo que abrieron sin duda la investigación hacia la parte tributaria. Esto partió con la investigación de un negocio inmobiliario de carácter especulativo, pero nadie pensaba que Caval podía tener ilícitos tributarios. Nosotros sí lo pensamos.

¿Por qué?

- Con información disponible en las páginas web, nada del otro mundo, averiguamos que en el año 2013 Caval tenía pérdidas y un patrimonio tributario de $75 millones de pesos, muy exiguo. ¿Cómo le van a poder prestar $6.500 millones? Eso motivó una serie de diligencias. Después nos enteramos que durante el 2012 -cosa que no sabíamos en ese minuto- había ingresado a su patrimonio $1.500 millones, que el 2013 ya tenía pérdidas y más adelante en la investigación se supo que esas platas fueron retiradas vía boletas o facturas ideológicamente falsas para no pagar impuestos. Por eso surge el delito tributario.

Usted pidió que se citara a declarar a Rodrigo Peñailillo, el senador Girardi y Sergio Bitar. ¿Qué quería o quiere establecer a partir de eso?

- Eso se pidió a raíz de la declaración de Dávalos Bachelet, quien sostuvo que el exministro Peñailillo tenía antecedentes incluso anteriores a que esto apareciera en un semanario de circulación nacional. Que sabía que esto se venía. No aclara si es él quien explota el tema o si sabiéndolo no hizo nada. Ese conocimiento anticipado que habría tenido Peñailillo yo creo que era importante para la investigación. Y él cita también que estarían en conocimiento de esto el embajador de Chile en Roma y Girardi. Pero el fiscal desechó la diligencia. Yo creo que las declaraciones de Sebastián Dávalos tienen gran importancia política porque si le creemos quiere decir que el ministro del Interior de Bachelet sabía que el negocio de Caval existía, que lo sabía el jefe administrativo de la casa de gobierno, quien había recibido a Juan Díaz (asesor del síndico Herman Chadwick) cuando le fue a cobrar plata, y lo sabía su entorno familiar. Entonces es bien poco verosímil que la Presidenta se enteró por la prensa. Yo tengo la convicción personal de que ella sabía desde antes el negocio de Caval.

Usted la ha definido como caja de Pandora y como máquina del tráfico de influencia y de especulación inmobiliaria sin tener un peso. ¿Qué es Caval finalmente?

- Es una sociedad de papel que se crea para dar una estructura jurídica y contable al tráfico de influencias y al lobby que se pudiera ejercer frente a la función pública para obtener determinados contratos en favor de terceros. Eso es lo que ocurre en Saydex y está por verse qué fue lo que ocurrió con Vial Concha.

La investigación va a durar un año. ¿Qué otras sorpresas podría deparar?

- Con Caval nunca se puede saber. Pero yo creo que va a haber nuevas formalizaciones por nuevos delitos de soborno y estafa, y puedo decir que nosotros vamos a estar muy atentos a que se persigan todas las responsabilidades para que se haga efectivo lo que tan emocionadamente dijo la Presidenta, que en Chile existe la igualdad ante la ley. Entonces vamos a estar muy vigilantes a que efectivamente todos seamos iguales ante la ley en este caso.

Su amistad con Balmaceda

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Pedro balmaceda, hijo del presidente josé manuel balmaceda y amigo de rubén darío.

Pese a la distancia, no pasaba un día sin que el uno supiera algo del otro. Rubén le mandaba unas esquelitas, a veces sólo una línea, siempre muy ejecutivas, casi telegramas, y de cuando en cuando alguna carta hecha y derecha, en los que le hablaba de sus proyectos, además de sus cuitas sentimentales y una que otra expresión de afecto ("amadísimo amigo", "que Dios te guarde, así como yo te guardo en mi corazón", "nada inspírame tanto como tu amistad"). Pedro era más generoso y sus cartas eran piezas de colección: no se privaba de digresiones líricas, tampoco de sus reflexiones cotidianas; las escribía como quien conversa con la almohada, prodigando de paso su léxico natural que después sería el léxico del modernismo, todas las piedras preciosas, los centauros, los cisnes, el festival sonoro de la botánica. Hacían planes, Pedro le pedía poemas y más poemas: lo hacía trabajar.

Cuando Abrojos salió de la imprenta, Pedro escribió de inmediato una larga reseña, cuya primera frase mentirosa ("Por la mañana el sirviente me presentó un libro desconocido") no era más que el preámbulo retórico para entrar en materia: "Ése es el poeta. Un libro escrito en puntos suspensivos. La mitad de su vida es llanto. La otra mitad, canta sus lágrimas". Era la entrada de un panegírico a un poeta que, a pesar de ser éste su primer libro, ya se había hecho un nombre, de boca en boca. Y Pedro, que conocía a su gente, dijo:

"Hoy todos dicen: 'Darío'. Éste es un gran triunfo. Por ahí comienza la gloria, tuteando".

Rubén, cuando leyó la reseña en Valparaíso, aunque sintió en la cabeza unos cuantos papirotazos paternales que Pedro le propinaba entre sus elogios -por ejemplo, que su estilo acusaba muchas dudas ("las tiene imperdonables") o que su inmadurez lo hacía lloriquear ("Es el inconveniente de los poetas jóvenes. Lloran demasiado")-, se dejó acariciar y terminó hinchado como un sapo sagrado justo antes de cantarle a la noche negra.

"El hijo del presidente" de vida y esperanza"

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Leonardo Sanhueza

Editorial Pehuén 62 páginas

$ 3.900


"Azul"

Editorial Universidad de Valparaíso

Edición crítica. 319 páginas

$ 7.000


"Cantos

Clásicos Penguin

160 páginas

$ 5.000


"Cuentos"

Editorial Cátedra (el libro recopila 49 relatos escritos por el poeta)

336 páginas

$ 13.700

El paso de Rubén Darío por Santiago y Valparaíso

Este fin de semana se cumplieron 100 años de la muerte de Rubén Darío, uno de los poetas fundamentales en la historia de América. El también poeta y escritor chileno Leonardo Sanhueza comparte acá dos extractos de su libro "El hijo del Presidente" que abordan su paso por Chile: en uno describe la llegada del escritor nicaragüense a nuestro país en 1886, y en el otro reconstruye su amistad con Pedro Balmaceda, hijo del mandatario José Manuel Balmaceda.
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Rubén darío también vivió en argentina, españa y francia, entre otros países.

Al llegar a la Estación Central de Santiago, como sabía que alguien iría a recibirlo, se sentó en su maleta a esperar en el andén.

(...)

Le daba pena recordar que hacía poco más de un año, después de salir de Nicaragua, cuando aún no pasaba de los dieciocho, había entrado en gloria y majestad a San Salvador. ¡Abran cancha! Hoy San Salvador, mañana ¡el mundo! Ah, ése sí era el Bardo de León. ¿Y ahora qué? Miraba con un ojo al penoso secretario del señor X y con el otro la maravillosa Alameda de las Delicias, sin atinar a más que a apretarse las manos entre las rodillas. Se echaba de menos a sí mismo, al gran Rubén que había sido aquel día triunfal en San Salvador, cuando en la estación el cochero de turno le había preguntado adónde lo llevaba, a qué hotel, y él había respondido sin demora, con su mentón de príncipe imberbe hacia las nubes: "¡Al mejor!".

(...)

Pero su boca muda, momentáneamente acalambrada, lo había sentenciado a ese desgarbado paseo en el coche trepidante del secretario, paseo que, ante la fastuosidad arquitectónica de alrededor, se le antojaba un tour de condenado por París, sólo un lenitivo previo a las mazmorras.

De pronto el coche cambió de dirección, entraron por Ahumada y el ensueño de París se diluyó en la realidad. Se detuvieron frente a un hotel cuyo nombre, Ambos Mundos, ahora suena a chiste: según Hemingway, el hotel homónimo de La Habana era "un buen lugar para escribir".

Pero aún faltaba más. Al otro día, el secretario volvió a buscarlo y de nuevo se encargó de su maletita. "Nos vamos. ¿O ya creía que iba a quedarse a vivir aquí?". Era una pesadilla, la idea del leprosario no lo soltaba. Pero poco más allá, frente al diario La Época, el secretario dijo: "Llegamos". Rubén se sintió aliviado. Antes de ir al leprosario, conocería su nuevo trabajo, lo iban a presentar al director, al jefe de redacción, a sus futuros colegas. Se palmoteó el chaquecito sobre los hombros, para quitar cualquier pelusa inadvertida, y se acomodó el pelo con la mano. El secretario lo conducía con amabilidad, sin dejar de llevarle su maletita. Recorrieron un pasillo, subieron una escalera, dieron un rodeo por las galerías superiores, volvieron a la recepción. Rubén estaba perplejo, pensaba que llegar adonde el director era más sencillo.

-Mejor espéreme aquí -dijo el secretario, dejando la maletita junto al sillón de la entrada-. Este hombrecito no aparece por ninguna parte.

¡Hombrecito! Rubén pensó que referirse al director con esa palabra había sido un gesto cómplice del secretario, pero al cabo de unos minutos vio que era un hombrecito à la lettre, casi un enano: traía un manojo de llaves tan grande que parecía pesarle en su mano de oompa loompa.

-Tengan la bondad de acompañarme.

El secretario retomó la maletita y, juntos detrás del enano, rehicieron el recorrido, pero esta vez no regresaron a la recepción, sino que siguieron subiendo. El enano abrió la puerta de una buhardilla. No, allí no estaba el director: un cuarto cochambroso, postigos cerrados, unos muebles arrumbados en un rincón. Luego bajaron hasta el zócalo: otra puerta, otro cuarto semivacío y lúgubre. Dijo el oompa loompa:

-Eso es todo lo que tengo. Elijan.

Y el secretario miró a Rubén, con una sonrisa que lo hizo entender la verdad: por ahora, no le presentarían al director, ni a nadie, pero tampoco tendría que ir a un leprosario.

-La buhardilla está bien -dijo Rubén, tragando saliva.

(...)

Pero no tan rápido. Los intelectuales chilenos usaban el pelo corto, fumaban habanos Águilas Imperiales. Tenían veinte años, pero eran felices y su felicidad la derrochaban. Rubén solía sentirse una bestia rara en el zoológico, para bien o para mal: macaco risible, majestuoso pájaro lira. Los más benevolentes lo tenían por nostálgico de la vieja bohemia, aunque su aspecto y sus actitudes no fueran más que una serendipia extravagante del choque entre vino, juventud, pobreza y literatura.

Pese a todo, en aquel odioso parnaso opalescente no faltaron quienes quisieron a Rubén sin ironía, con amistad sincera, y después se fueron contagiando. Al cabo de unas semanas, ya era rutina salir por las noches con algunos de esos señoritos, los más valientes, e incluso algunos aceptaban continuar la zamba según el espíritu del nicaragüense. Pocos pero encendidos, iban con él hasta el último chinchel de la Chimba. Aunque ninguno todavía, ni ellos ni él, había leído Las flores del mal, todos seguían la sombra de Baudelaire por las calles infestadas de cólera. Al salir de la fiesta hacia esa noche llena de muerte, Rubén sentía escalofríos y se tapaba la boca con un pañuelo en el camino de regreso a su buhardilla, hasta que al fin tocaba las puertas de La Época, donde el oompa loompa le daba la bienvenida:

-¡Poeta!

Ya fuera por lo enano o por lo melindroso, le resultaba reverente y sarcástico por igual. Siempre ha sido así. Poeta: gran halago, gran insulto.

Rubén Darío llevaba poco más de un mes en el país. Eran días duros. Tenía diecinueve años y los bolsillos muy tristes, pantalones ajustados de franela a cuadros, chaquecito teatral, camisa de cuello gastado, anticuada melena y zapatos tan aparatosos y problemáticos como sus enormes pies. Nada de eso parecía propio de un artista. Y ni hablar de su cara de indio cobrizo. El improbable prestigio que traía desde San Salvador (dentro de su modesta maleta de tela, junto a una maraña de calzoncillos y camisas, nadaban un par de cuadernos inéditos y un atado de artículos y poemas publicados por aquí y por allá) quedaba muy a trasmano de su precario presente. Rubén no sabía cómo eran los chilenos, cómo trataban a un extranjero moreno que no trae un peso y que se viste así, raro. Era una presa ideal entre caníbales. Aunque aprendía rápido (era su especialidad, detectar grietas y salientes, como un montañista que se agarra de donde puede para trepar el farellón), antes del ascenso debía tragarse un poco de hiel.

Alos pocos días, sin embargo, ya limpia y amoblada, la buhardilla se reveló muy ventajosa. Ya que iba a trabajar como repórter, no estaba nada de mal la cercanía entre sus aposentos y la redacción, pero además Rubén tenía buena estrella y su domicilio resultó ser además el centro de la intelectualidad chilena. Era un cenáculo en tránsito, una pasarela en la que todos los tipos interesantes pasaban de cuando en cuando.

Rubén no sabía cómo eran los chilenos, cómo trataban a un extranjero moreno que no trae un peso y que se viste así, raro. Era una presa ideal

entre caníbales.