'La Jerusalén' y 'Grill Lucerna Room' eran dos de los locales ubicados en la intersección de calles Manuel Antonio Matta y Arturo Prat, hoy devenido en paseo.
La imagen, de la cual hay varias fotografías, es de hace medio siglo y nos muestra la calma de una ciudad de provincia. Gente simple, pero con un garbo que Chile parece haber extraviado hace rato: las vitrinas están en orden y se observa una pulcritud que hoy simplemente no encontrará, o será muy difícil.
Varias décadas después el ruido y el desorden parecen ser la norma y principal compañía de dos calles transformadas por completo.
Por allá personas se ganan la vida moviendo títeres; a unos pocos metros, otros cantan junto a generosos parlantes; la escena se repite durante casi toda la extensión de Matta y el Paseo Prat. Música ranchera, andina, reguetón, animadores, invitaciones, gritos y por las noches, basura y venta callejera de todo tipo de comida.
Son apenas unos 600 metros, seis cuadras que recorren las calles Uribe, Maipú, Baquedano, Condell, Latorre y San Martín, frente a la Plaza de Armas, con un evidente deterioro en su oferta de espacio público. Si agregábamos lo ocurrido en la Plaza Sotomayor, 'tomada' hasta hace un tiempo por los comerciantes ambulantes, el diagnóstico era aún peor.
Ni hablar si continuamos por Matta y el Parque Brasil, entendiendo todo ello como un cordón coherente de espacio privilegiado para el peatón. El Parque también sufre por años de abandono.
Pero centrándonos en el Paseo Prat, que ya cumplió algo más de una década desde su inauguración, huelga decir que se requiere poner atención a los peligrosos síntomas que sufre. Un evidente colapso en su uso, la sorprendente reproducción de minicasinos y una oferta callejera, que a ratos está fuera de control.
Es bastante evidente para cualquiera que el daño a la ciudad es mayúsculo, más tratándose de dos arterias céntricas, donde confluye el grueso de la población para concretar distintos trámites.
Antofagasta no soporta más daños, cuidemos la ciudad, tratémosla con afecto.