Una de las grandes deudas que tienen los antofagastinos es la limpieza de sus playas y el borde costero, situación que es extensiva al circuito de Mejillones, Taltal y el resto de la región.
Lamentablemente, poco se ha avanzado en el tema. Después de cada jornada, los balnearios son "decorados" con envases plásticos, cáscaras de frutas, interminables colillas de cigarrillos y una larga lista de implementos que hablan muy mal de nuestros hábitos personales. Ni hablar de lo que sucede en las zonas de roqueríos, convertidas algunas en verdaderos basurales.
Lo que debiera ser un orgullo para los propios antofagastinos y un motivo de atracción para los turistas, choca con conductas irresponsables y con una evidente falta por cuidar estos espacios que pertenecen a todos.
A excepción de escasos ejemplos como el "barrido" de la arena en la Playa Paraíso y de los operativos de limpieza, el problema de fondo es que estamos a años luz de tener una cultura que promueva hábitos de limpieza y de contar con una conciencia desarrollada que mire al mar como una gran plataforma turística y de entretención.
Es claro que éste es un problema de educación y formación. Destacados son los esfuerzos de la Corporación Proa, el municipio y varias empresas para revertir esta preocupante realidad que se agudiza con especial énfasis en verano.
Hay que proteger las playas, el hermoso circuito de La Rinconada, Juan López, la Isla Santa María, el paradisiaco sector de Punta Rieles y Hornito, entre muchos otros lugares, desbordantes de belleza y que son puntos de encuentro para cientos de familias. Las nuevas generaciones tienen mucho que decir sobre el tema para respetar la naturaleza y también para que otros puedan disfrutar de estos espacios. La tarea depende de todos: cuidar nuestras playas y ser parte de un nuevo cambio que involucre un respeto real del medio ambiente. Tenemos un borde costero de lujo que debemos proteger sin tranzar.