Ayer, en esta tribuna, comentábamos que el 2015 fue un año complejo desde el punto de vista internacional, pero debe decirse que a nivel interno, la realidad no fue muy diferente. Distintos analistas de prensa han citado que para Chile este fue el año de las desconfianzas.
Quizás como nunca, y ha sido revisado hasta el hartazgo, hemos visto un derrumbe de la credibilidad de muchas instituciones fundamentales de la nación, tanto públicas, como privadas. Veamos algunos ejemplos: la Iglesia Católica aparece como una de las más golpeadas. Según la CEP, apenas el 29% confía en ésta, cuando en 2009 llegaba al 50%.
Pero también están los políticos, el Congreso, el gobierno, la Justicia, la Nueva Mayoría, la oposición, el empresariado, los vecinos, la familia, los desconocidos y también buena parte de los medios.
Lo anterior no es casual. Ciertamente, la destrucción de la confianza se ha cimentado sobre los errores, omisiones y actos delictivos cometidos por importantes representantes de las organizaciones citadas. Este año se han conocido las colusiones y otros actos reñidos con la legalidad, por parte de importantes compañías -referentes en Chile-; también escabrosos detalles de actos sexuales protagonizados por sacerdotes, junto al ya normal descrédito de la clase política que poco hace por revertir su condición.
El cóctel final es que Chile es el país más desconfiado de la OCDE, lo que es en absoluto un mérito; tampoco tiene que ver con el nivel de desarrollo, ya que países más pobres manifiestan más confianza en aquello que les rodea.
La desconfianza nace del miedo, dicen los sicólogos, allí habría que buscar, parte de las respuestas.
Pero el fenómeno no es propio del país, sino de buena parte del mundo desarrollado, de las democracias liberales que parecen estar enfrentándose a fenómenos impensados: la incertidumbre, probablemente ligados al fenómeno reciente de la ausencia de ideologías.
El gran problema es que sin confianza, los países no avanzan, peor aún, retroceden, ya que el tejido social es el sustrato clave para construir. Chile es capaz de revertir esta realidad y repensar el futuro.