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Paz y amor

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Explayar frecuentemente una opinión puede transformarlo en un actor político sin pertenecer a ninguna formación partidaria. El Partido Socialista me ha invitado esta última semana a exponer acerca de la crisis de representación. Por primera vez en mi vida en la sede de un partido. Por mi trayectoria, algo de simbólico había en esto. Aprovecho estas páginas, para agradecer la invitación y la actitud de los militantes, porque a pesar de lo anterior, el balance que hice ese día de la situación de su partido no fue para nada condescendiente. Fue más bien corrosivo y sin concesión.

El PS es hoy el partido al poder y al mismo tiempo es un partido en crisis. Podemos extender esto a la Nueva Mayoría/ exConcertación en su generalidad. Hay una cierta manera de hacer política estampada "Concerta" que ya no da más resultado. Una búsqueda mecánica del consenso, una serie ininterrumpida de concesiones sobre la base de una supuesta necesidad de avanzar y de hacer prueba de pragmatismo adaptándose a la situación, tranzar con los molestosos imperativos dogmáticos… los que son constitutivos de una cierta identidad política.

Por ser gobiernos de centro izquierda, los partidos de esta coalición han logrado a crear algo de contradictorio si se reclaman de esa índole. Se implementó la idea que la política debe evitar todo tipos de confrontación y de conflicto… Una antinomia por excelencia. El "mal" es tan profundo que inclusive en la Universidad pude leer durante meses un eslogan que decía "No más violencia para los que luchan"… firmado… el "Frente Estudiante Libertario". Si sabe de historia, debe tener claro de lo que sucede en un frente y cuando uno lucha ¿dígame, objetivamente, si no hay un problema en lo enunciado?

Muchos declarados "concertacionistas" condenan la dictadura, el sistema neoliberal y el ultrajante individualismo que le es corolario… pero en su actuar serían más bien adeptos de un leitmotiv del estilo "me salvo yo, me salvo yo, pero seguimos siendo amigos"… inclusive compañeros. Evitar decirse la cosa en cara, serruchar el piso en silencio, recurrir oportunamente a la memoria es algo que ha hecho mucho daño a la contestación social y al sistema de valores en general. Solo basta mirar las elecciones municipales. Nadie quiere golpear la mesa ante la hora. Frente al tsunami que se viene, nadie quiere, como se dice, "mojarse el potito".

Académico Universidad de Antofagasta

Cristian

Zamorano

Poeta en la ventana

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En la novela de Jorge Edwards, La casa de Dostoievsky, el protagonista es un Poeta. Escrito así, con "P" mayúscula. El nombre propio de este "Poeta" es lo de menos. Tal vez se lo identifica así porque, para el protagonista, lo decisivo en su vida no es el nombre que le dieron sino la vocación que decidió aceptar: la poesía.

El libro narra la vida del Poeta desde su nacimiento, que en este caso equivale a su adolescencia, cuando decide que será poeta, hasta su muerte. Al comienzo del libro, en el Santiago de los años 50, el Poeta vive en un caserón destartalado al que llaman "la casa de Dostoievsky". En su habitación prolifera un desorden indescriptible de objetos inútiles, suciedad, libros, ropas viejas, sepultados bajo capas de detritos. Todo acumulado por él mismo.

Un mal día, el protagonista recibe los libros de cierto poeta menor que lo ha perseguido con insistencia inmisericorde para asestárselos (la autopromoción insistente debe ser una de las señales más claras de que un escritor es menor). Nuestro Poeta lee esos libros con una mezcla de angustia y rechazo y enseguida los arroja al basural que prolifera en su cuarto, mientras piensa:

"¡Cuánta infelicidad! ¡Cuánta miseria! La idea de que se había equivocado de profesión, acompañada por una idea segunda, la del suicidio, le rondaron un rato por la mente..."

Esos libros de mala poesía, descartados, son la gota que rebalsa el vaso, o más bien, son la basura final que desata el caos. Enseguida algo falla en el precario equilibrio de escombros de esa habitación y estos se desploman. El Poeta se encuentra encerrado en su propio cuarto, con la puerta bloqueada por el desbarajuste. Entonces decide escapar de allí por la ventana dejándolo todo atrás, sin llevarse nada más que sus manuscritos.

El Poeta "puso la silla de paja que usaba de velador, la única que había en toda su pieza, debajo de la ventana. […] En seguida, se instaló en el marco de la ventana a horcajadas, pasó los pies y se deslizó hasta el piso del corredor."

La casa de Dostoievsky, de Jorge Edwards, suscita reflexiones interesantes y anima a preguntarse sobre la vocación poética, literaria y artística en general.

Por ejemplo, ¿de qué escapa ese Poeta, realmente? En apariencia huye del desbarajuste asqueroso en su habitación. ¡Pero si éste es otra creación suya! Ese desorden es, en realidad, el montón de ruinas de todos los órdenes que el Poeta ha rechazado. Ese basurero ha sido creado por su propio asco ante la realidad y su mala poesía. Sin embargo, esa acumulación de basura se convierte también en una trampa. De esos escombros supura una melancolía pegajosa que amenaza capturar y enclaustrar al Poeta.

Antes de que eso ocurra el protagonista de esta novela salta por la ventana con lo puesto. Una estrategia de escapatoria que a lo largo de su vida el Poeta repetirá varias veces. Cada vez que consiga cierto equilibrio y estabilidad -como quien dice, cada vez que consiga un cuarto propio- él mismo se encargará de boicotearlos, atiborrando su nueva vida con los escombros melancólicos de ese orden que siempre termina por derrumbar, asqueado.

El creador vive asediado por los escombros de lo que debe destruir para crear su obra. Ruinas que lo obligan a huir. Pero si sus propias habitaciones lo expulsan constantemente, ¿dónde y cómo vive el poeta?

Quizás, la verdadera habitación del poeta es aquella ventana por la que salta para huir de sus cuartos en ruinas. El poeta vive a saltos, a salto de mata, sobresaltado. Por eso, tal vez su único espacio propio, su verdadera residencia, esté en el marco de la ventana. Un espacio delgado, ínfimo, que sólo habita mientras está a horcajadas sobre él, en el momento de cruzarlo. El poeta verdadero vive en esa ventana que desea cruzar para huir del cuarto cerrado de la realidad, antes de caer en la nueva realidad que se cerrará sobre él.

Esa ventana es el poema.

POR CARLOS FRANZ*