Política injusta en educación superior
Debe recordarse que Chile es el país de la Ocde donde las familias más aportan en este ámbito y menos el Estado. Hoy tenemos alumnos en completo abandono. La situación se repite en nuestra ciudad, Antofagasta, donde vemos que los segmentos económicos más débiles están en los IP y CFT, que están completamente fuera de la gratuidad.
"No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato". La frase del político y reformista chino Deng Xiaoping (1904 - 1997), sirve para retratar lo que no ocurre con la educación superior chilena; más específicamente, con sus alumnos.
En la actualidad y en el futuro, los beneficiados seguirán siendo los estudiantes de las instituciones acreditadas, que no lucren. El espíritu es el correcto, sin embargo, no parece ni justo, ni efectivo, considerando que los educandos más pobres no están precisamente en estas alternativas.
Los números nos dicen que las poblaciones más desposeídas que siguen educándose lo hacen en institutos profesionales, centros de formación técnica y varias universidades privadas.
Por costo de las carreras, duración de las mismas y empleabilidad, entre otras, el grueso de los jóvenes que tienen la fortuna de entrar a la educación superior, no tiene más opciones que las citadas.
Es triste decirlo, pero los mejores puntajes de PSU, habitualmente provienen de colegios particulares que tienen la chance de ir por las mejores carreras en instituciones que cuentan con los beneficios del Estado. Esto ocurre mientras los segmentos más vulnerables, compiten en desventaja y sólo pueden optar a aquello que les alcanza.
¿Es justo aquello? No.
Entendemos que la educación genera movilidad social y, por tanto, es especialmente necesaria en los tramos más comprometidos.
En tal perspectiva, es evidente que muchas instituciones, constituidas en el papel, como "con fines de lucro" entregan un enorme aporte al país y no hacen retiro de utilidades (lucro).
En nuestro país el presupuesto en Educación ha estado creciendo en los últimos años a un ritmo promedio anual superior a US$800 millones; sin embargo, el grueso de la ayuda continúa concentrándose en los mismos segmentos, mientras los más pobres, a los que tanto gusta aludir a los gobiernos, siguen haciendo enormes esfuerzos para mejorar su vida.