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Territorios en la poesía del Dr. Rendic

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Hojeo el libro Tierra desnuda (1951), tercero en la producción poética de Ivo Serge (Dr. Antonio Rendic Ivanovic). Curiosamente, y a diferencia de otros (Neruda, la Mistral..), el nombre propio y sobre todo su fama de haber sido el médico de los más humildes, terminó devorándose su elegido seudónimo literario, pero ello ahora es un "plus" en el contexto del proceso de canonización de este hombre ya santo en el entendimiento popular.

Descubro en este poemario los tres horizontes básicos de la visión del poeta y del ser humano; tres suertes de océanos, y de peldaños inevitables: el mar, el desierto y el infinito de la belleza y del amor celestial, por donde, irremediablemente, va escalando el espíritu encarnado en busca de la perfección, que es el contacto vivo con el Dios. Hay un poema-nudo, decidor, donde se funden la tierra y las aguas, vigilándose en este devenir de que les hablaba recién: "¡Un mar, un mar el desierto!/ Un mar con islas y playas,/ y olas que vienen y van/ desnudas y ensortijadas!// ¡Silba en las peñas el viento!/ ¡Chocan las olas y estallan..! (Pág.24).

Amar es sufrir, nos dice don Antonio: "…Y abrazado a esta pasión,/ amaré hasta que, olorosa,/ por cada herida una rosa/ me brote en el corazón (Pág.33). Anda flotando por allí, cerca, san Juan de la Cruz y los versos anónimos, si no de este mismo gran místico, que nos revelan en toda su intensidad el amor más sublime: "No me mueve, mi Dios, para quererte..". En la pág. 18, nos revela Rendic, que el que ame a Dios ha de sangrarle el cuerpo, porque es tarea de suyo difícil: "…Que ame y que sufra como Tú./ Y que herido y humillado,/ cargue, a cuestas, con su cruz…/ Al que te siga, Jesús/ ¡ha de sangrarle el costado!".

Pero en los otros contextos, tiene esta poesía una lírica más contemplativa, ahora del paisaje: "Vuelca la luna su raudal de plata./ Muere la tarde en el azul del mar./ Y el alma, estremecida, abre las alas/ y ebria de luz y cielo, echa a volar" (Pág.33). El encuentro (Pág. 33) es uno de sus poemas más hondos y sensitivos: "Me encontrarás cuando la tarde muera./ Y no pudiendo amarte, humildemente/ te besaré en los ojos y la frente,/ con la quietud del que ya nada espera.// Nos miraremos sin ningún reproche./ Y juntos otra vez ante el arcano,/ seremos dos fantasmas de la mano/ perdidos en la sombra de la noche.". ¡Hermoso! Y con esa sencillez de los versos de Juan Guzmán Cruchaga: "Alma, no me digas nada,/ que para tu voz dormida…."

Y del tercer territorio, el desierto, nos pinta un par de paisajes erizados de sentimiento: "Al tallo mismo adherida/ o en algún brazo implantada,/ es roja sangre cuajada/ sobre el rubí de una herida.// Y cuando pierde la vida/ porque se angosta y se apaga,/ sigue brillando en la llaga/ como un fanal, encendida." (Flor de cacto). "Con los brazos siempre en cruz/ y a los pedruscos asido,/ vive empinado y erguido/ buscando el cielo y la luz.// Y al trizarse el resplandor/ del día sobre el collado,/ vierte sangre del costado/ por la llaga de una flor." (El cacto, ambos poemas en Pág. 11). Para finalizar, como una hostia consagrada, se levanta entre las albas páginas de este libro el poema Desamparados, que refrenda en unos pocos versos toda la vida del médico-poeta: "Amo a los desamparados,/ porque a través del dolor/ que los levanta y redime,/ veo el rostro del Señor.// Lo veo triste, abatido,/ bañado en sangre y sudor,/ y con los ojos prendidos/ al corazón afligido/ de los que han hambre de amor.// Lo veo como esa noche/ sublime de la Oración/ del Huerto, cuando, ultrajado,/ lloraba desamparado/ de todos, menos de Dios.// Lo veo como en la cruz,/ llagado y escarnecido,/ más siempre abierto al perdón."

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