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Rendic y la miel de palma

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De pequeño, la dulzura de la miel de palma Cocalán caramelizaba mis panes a la hora de las once. Y frente a mis ojos el tarrito con marbete amarillo, un par de palmeras a cada costado contra un fondo amarillo, traían el sur de Chile a mis ojos. Para mis sentidos de niño sin vegetación aquel paisaje invocaba tierras selváticas y no andaba equivocado en la presunción.

A la llegada de los españoles, la palmera era llamada kankán y estaba difundida por toda la zona central en los grandes bosques que existieron desde Coquimbo hasta Colchagua.

Pero en Chuquicamata, la miel de palma era asidua en invierno por un motivo diferente: suavizaba los dolores de garganta y las molestias de los resfríos.

Posteriormente me he enterado que junto a las pataguas, el espino, el quillay, los maitenes, peumos, el guayacán, los bellotos, ahora especies esclerófilas ocasionales en el país, la palma chilena representa parte del inventario verde que nos pertenece de manera única, cuestión que antes ignorábamos por conveniencia, petulancia o nuestro inveterado amor por lo extranjero.

Las palmeras que inundan nuestros parques desde 1973 en adelante, inspiradas en los viajes de los altos ejecutivos municipales a Miami desde aquella época, no son las palmeras de Chile. Corresponden a una especie tropical, cuya primordial y más básica diferencia se nota en el tronco. La chilena es lisa, la tropical llena de protuberancias. La chilena se afina hacia lo alto, cosa que no ocurre con la tropical. La cebra y el caballo no son el mismo animal.

Con el influjo que empieza a retomar en el consciente colectivo la revalorización de lo autoctóno, las especies chilenas comienzan a renacer como cultivos privados gracias a su valor farmacéutico, económico y ecológico, lo cual es para alegrarse porque se concilia con la filosofía de Henry Thoreau.

Henry David Thoreau fue un escritor norteamericano de notable influjo en nuestros días por dos motivos. Fue el primer filósofo que defendió los derechos humanos abiertamente y también el primer filosófo ecologista de este continente, un espíritu sensible y rendido a la naturaleza, a las conjeturas trascendentes que la convivencia religiosa con ella sugiere.

En esta cadena de pensamientos que vinculan a la naturaleza con el hombre y vice-versa, la presencia de Ivo Serge, una poesía de lo puro, y de Antonio Rendic, la obra de un médico a favor de los pobres, entronca perfectamente en el ciclo de respeto y convivencia con los derechos humanos que tanto defendió Thoreau, como con el derecho de la palma chilena a seguir existiendo en una tierra propia -a punto de extinguirse como especie natural, apenas existe en áreas de explotación privadas-.

El derecho de los pobres a su propia existencia, en sus propias tierras, se encadena con la visión superior de los vivos a sobrevivir por encima de la ambición que destruyó los bosques de palmeras nativas y del comercio que convirtió la práctica médica en un negocio para beneficio de unos pocos.

Que el desprestigio esté montado sobre la organización privado de la atención médica no es casualidad, sino resorte de los abusos y sobre-abusos que de los pacientes, pero los actuales efectos "clientes", se efectúa a través de un mecanismo económico en cambios inconsultos de planes y cuotas de pago. En consecuencia, la enfermedad puede destruir no sólo la salud del enfermo. El remedio, la curación, puede destruir por largo tiempo la economía familiar.

Frente a la crueldad de un mercado con regulaciones menores, el reclamo constante contra las entidades administradoras privadas de salud pone de relieve el escaso balance en el requerimiento y el suministro: entre la petición y la respuesta.

Anterior al sistema privado de atención médico, la tarea de Antonio Rendic marcaba trascendencia y su casa de calle Latorre con Maipú era visitada no sólo por hombres, mujeres y niños de Antofagasta, sino de la región, porque la buena nueva se había esparcido, y Rendic era una convocatoria a la salvación con los recursos naturales que él ofrecía a los pacientes: su conocimiento, su compromiso con el Hombre.

La presencia de Antonio Rendic, como faro de una práctica médica superior, sobresale y se hace más potente con el tiempo a lo largo de nuestra medicina nacional. Pocos han sido los médicos que han puesto su devoción por encima de los esquemas y sistemas que, en lugar de proteger, tienden a convertir la atención humana, la preocupación por los seres vivos, en maniobras irrelevantes para el esquema económico, cuyos presupuestos más se acercan a la explotación irracional de la palmera, con bosques arrasados, que al grito de Thoreau solicitando una convivencia natural con el medio y el hombre que nos rodea.

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