"Yo soy una, mi vida es otra"
Elena Poniatowska, periodista y escritora mexicana es una afilada cronista que ha documentado y registrado las voces y subversiones de la historia oficial de su país. Conocida por su obra La noche de Tlatelolco, una rica polifonía testimonial que construye el relato de la matanza de estudiantes mexicanos el año 68, desde distintos puntos de vista, estableciendo contrapuntos interesantes del hecho. Además de escribir sobre personajes anónimos, como en su novela Hasta no verte Jesús mío, en donde reproduce las entrevistas realizadas a Jesusa Palancares, una soldadera que participó en la Revolución Mexicana, escribió diarios, cartas y perfiles de personajes relevantes del ámbito del arte y la cultura de su país. Querido Diego, te abraza Quiela, recrea epistolarmente la relación del pintor muralista Diego Rivera con la pintora rusa Angelina Beloff, una de sus cuatro esposas. Destacan también los apasionados retratos que publicó en su libro Las siete cabritas, el que está compuesto por las historias de vida de la pintora Frida Khalo, la escritora Elena Garro y la excéntrica poeta Pita Amor, entre otras.
El perfil que escribe sobre Frida es conmovedor, pues la hace hablar en primera persona para contar su historia desde la niñez, cuando se enferma de polio y aprende a pintar acostada en su cama gracias a la motivación de su padre, un conocido y retraído fotógrafo, muy cercano a ella. Cuenta de su rebelde etapa escolar en la que conformó el grupo "los cachuchas", que tendieron bromas incluso al mismo Diego Rivera, con quién Frida tenía una diferencia de veinte años. De niña vestía de hombre, era insumisa y desfachatada. Las fotografías que le toma su padre, luego del accidente en el tranvía, que la deja con secuelas traumatológicas hasta su muerte, la muestran mirando de frente, de manera desafiante.
Poniatowska plantea que Frida todo lo pintó con refinados detalles: sus labios, sus venas, sus corsés, su sueño, su desnudez, su sangre. No trató de exorcizar a su judas, al demonio de su vida, aunque en su cuerpo habitaba más bien la muerte. Pero odió la compasión. Nunca quiso ser como los demás, ni que la dejaran sola, pues se reflejaba en los otros. Dejó un legado a sus discípulos conocidos como "los fridos". Y lo probó todo. Antes de morir, a los 47 años, escribió en su diario: "Espero alegre la salida y espero no volver jamás".