Para la edad del olvido
Eso de escribir para la edad del olvido, auténtico credo de algunos autores, nunca se ha justificado de manera más cabal que cuando Mario Bahamonde, en su novela "El Derrumbe", relata el caso de una sede universitaria nortina, donde una alta ejecutiva del área de bibliotecología, "prohibió la circulación de los libros de Henry Miller, "Trópico de Cáncer" y "Trópico de Capricornio" -y este fue su argumento--, porque no aparecían en ningún programa de estudios de esa Universidad." ¡No se sorprenda! ¡Hechos similares aún andan en letras de molde en libros casi ignorados!
El caso novelesco, aconteció a fines de 1973. Estos y otros detalles resultan grotescos en la ficción literaria. Pero, llevados a la vida real de entonces, una dictadura donde algunos optaron por congraciarse con la jerarquía, ¿cómo califica usted estas acciones? ¡Ayude a su memoria! ¡Supere el aplastante olvido impuesto por el tiempo!
Leer para pensar el futuro es el reverso de lo planteado. Hoy, escribir y leer casi languidecen. La tecnología sigue arrinconándolos. La comunicación, formalmente pretende la plenitud informativa, con micro mensajes. El diálogo pierde su esencia interpersonal. Los medios de comunicación transforman al receptor en un multitudinario y desdibujado enigma. Acuciado por datos, el individuo opta por la imagen informativa y sacrifica el libre reencuentro consigo mismo en la dinámica de la elaboración de nuevos conocimientos, según las capacidades de que está dotado.
Por vivir en un "mundo feliz" sujeto a contingencias, gradualmente, se limitan las posibilidades de pensar el futuro. Pero si este mundo es de suyo feliz, ¿para qué preocuparse del futuro? Algo hay en los libros que los valida como objetos culturales. Sólo se necesita quien los escriba para que luego, los lectores, una vez cumplido su rol y puestos en juego sus pensamientos, se encaminen al futuro con útiles conocimientos.
¿Acaso no está usted de acuerdo?
Osvaldo Maya Cortés