La Memoria del Agua
Con apenas un puñado de películas -'Sábado', 'En la cama', 'Lo bueno de llorar' y 'La vida de los peces'-, Matías Bize se ha convertido en una de las figuras más estimulantes del actual cine chileno. Esto, porque su filmografía se caracteriza por una puesta en imágenes llena de sutilezas, cuidadosa y poseedora de un estilo que revela una fina sensibilidad para retratar su tema favorito: la crisis de la pareja.
Su nuevo trabajo fílmico no viene sino a confirmar su talento y su capacidad para escudriñar con ojo certero en los mecanismos que despliegan sus protagonistas (siempre jóvenes) para tratar de armar o rearmar sus vidas.
'La memoria del agua' parte por un drama que se va revelando leve pero inevitable: la pérdida de un hijo, quien murió ahogado en una piscina, situación que no ha sido superada por la mujer, Amanda (Elena Anaya) y que es sobrellevado con una especie de coraza por el marido, Javier (Benjamín Vicuña). A pocos minutos de iniciado el filme, ellos se separan, desarmando su departamento, despojándolo de todo aquello que alguna vez significó familia.
En el recorrido de ambos por el dolor de tratar de asumir esta pérdida brutal, los espectadores son conducidos por el director de manera sutil, jamás cayendo en desbordes, aunque cada uno de los escasos diálogos revelan un mundo que hace rato se ha resquebrajado de modo irreversible.
La naturaleza, el paisaje, la belleza del entorno sureño en que transcurre gran parte de la cinta, es un elemento decisivo para retratar el estado de ánimo de los personajes, donde sobresale el elemento de la nieve que adquiere casi un poder simbólico en este hermoso filme donde Matías Bize ha alcanzado plena madurez y dominio de su tema y de su tratamiento visual.
'La memoria del agua' no solo es una de las dos grandes películas de su filmografía (la otra es la notable 'La vida de los peces'), sino que además es uno de los escasos títulos del cine nacional reciente que trasciende y está destinado a transformarse en una película clave a la hora de analizar la evolución de nuestra cinematografía.
Es impactante el poder que otorga Matías Bize a sus actores, donde cada uno de ellos reacciona con pequeños gestos, miradas y movimientos, con una cámara apegada a sus rostros, sin darles respiro, privilegiando los primeros planos y los encuadres cerrados, como haciendo cómplice a los espectadores respecto de cuál sería nuestra manera de reaccionar ante una desgracias tan abrumadora como lo es la pérdida de un hijo, tema que por lo demás vivió en carne propia Benjamín Vicuña hace poco tiempo.
Así, a pesar de la utilización de hermosos parajes del sur chileno, el estilo predominante es la claustrofobia, el encierro, el agobio en donde una secuencia clave es cuando Amanda se queda incapacitada para seguir articulando palabras en la sesión de trabajo y es su rostro, son sus gestos y las lágrimas que afloran o no afloran lo que transmite sensaciones de tremendo impacto al espectador, sin que haya necesidad alguna de subrayar o exagerar nada.
En todo el relato que el director Bize plantea sobrevuela la idea de la pérdida: la del hijo que se ahogó y la del otro hijo -Javier- que, a fin de cuentas, regresa a casa, al padre, al hogar donde se encuentra la esperanza. Ciclos de la naturaleza y de las emociones que el director filma con un estilo pausado, riguroso, casi minimalista porque fuera de esta pareja protagonista son pocos los personajes que aparecen: un matrimonio que construye una casa, un antiguo amor que merodea, el padre de Javier que se siente solo y quiere recuperar los lazos perdidos.
No puede negarse que en una primera revisión, el filme pueda parecer como demasiado frío o calculado en sus golpes emocionales, pero cuando se analiza con detención los mecanismos usados por Matías Bize para transmitir su historia, debemos celebrar la contención, el buen gusto, su respeto por evitar cualquier desborde, al punto que el hecho gravitante de toda la película -el ahogo del niño- ya es un hecho consumado cuando comienza el relato.
Estamos, desde luego, ante una película hermosa y necesaria de ver. Un filme que demuestra con creces el camino hacia la madurez de su director y un trabajo de exquisita tesitura fílmica, donde es un agrado apreciar que una buena historia, dos excelentes protagónicos y una acertada banda sonora son capaces de convertirse en una tragedia asordinada de increíbles repercusiones emocionales.
Así, 'La memoria del agua' es una película para un público adulto, cuyo tema final es el ahogo -real y simbólico- que recorre de principio a fin este hermoso drama. Excelente.