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"LOS 33"

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Para analizar objetivamente un filme como 'Los 33' se debe hacer un ejercicio de distanciamiento doble, porque ha pasado poco tiempo desde que sucedió la desgracia de la mina San José de Copiapó y se generaron demasiadas expectativas (vía publicidad) para un filme que, en estricto rigor, es regular en su estructura, tiene debilidades evidentes y es el producto típico 'made in Hollywood' que para colmo está en una copia en inglés que da dolor de estómago.

Y esto no tiene nada que ver con la historia verídica acaecida a treinta y tres mineros de Atacama, a todas luces una epopeya. Basta recordar que, en agosto de 2010, esos mineros quedaron enterrados vivos producto del colapso de una mina que estaba prácticamente obsoleta a 700 metros bajo tierra durante setenta días.

Al quedar aislados, se fue desarrollando una historia paralela: su drama en la oscuridad del refugio donde lograron sobrevivir hasta octubre de ese año y las negociaciones que ocurrían en la superficie, donde se montó una especie de campamento paralelo a las faenas con los familiares, los medios de comunicación y los esfuerzos de una red internacional solidaria que contribuyó a su rescate, en medio de las discusiones de políticos de la época y los ingenieros que tuvieron a su cargo tremenda empresa.

Llevar esta potente historia real al cine era un reto que, por desgracia, no cayó en las mejores manos, porque aquí la directora mexicana Patricia Riggen, falsea y agranda un hecho histórico fresco todavía en la memoria de los espectadores chilenos y que desvirtúa los acontecimientos reales para los ajenos a nuestra realidad.

La película se basó en el libro del periodista Héctor Tobar, ganador del premio Pullitzer y su guión trabaja encadenando acontecimientos, uniendo arbitrariamente personajes y poniendo el acento en algunos sólo para efectos de crear tensión, como la relación entre María, la hermana de uno de los mineros (Juliette Binoche) con el entonces ministro de minería Laurence Golborne (Rodrigo Santoro) que resulta tan postiza como exagerada.

El filme se centra en la figura de Mario Sepúlveda (Antonio Banderas), que se erige como un líder natural en medio de la tragedia, destacando la situación de Luis Urzúa (Lou Diamond Phillips), nexo entre la empresa y los trabajadores y la de Álex Vega (Mario Casas) a punto de ser padre de familia y la de un alcoholizado Darío Segovia (Juan Pablo Raba), peleado desde siempre con su hermana. A ese grupo central se une el personaje del ingeniero rescatista Sougarret (Gabriel Byrne) y la historia del minero boliviano.

Todos los otros acontecimientos serán vistos casi como un apéndice, de manera tan fragmentada como irrelevante en el desarrollo global del filme: Farkas regalando dinero, Don Francisco en el campamento Esperanza con las familias, la aparición del Presidente Piñera y otros detalles casi en clave de viñetas, como la mujer y la amante del minero Yonni Barrios o el impacto mediático de la noticia en el mundo.

Es obvio que no se trata de exigirse la seriedad o profundidad de un documental, pero llama la atención que con un material tan extraordinario como éste, aparte de contar con 40 millones de dólares para sacar adelante la producción del filme, el resultado final sea tan pobre.

Porque no debe confundirse calidad con las lágrimas de algunos espectadores que reaccionan con facilidad a los grandes discursos, a los esfuerzos realizados por los mineros para sobrevivir o a la tensión de las familias. Acá se echa de menos la capacidad de un director para armar un relato potente, crítico por ejemplo de las condiciones en que sobrevivían los trabajadores en pleno desierto o del show mediático en que se convirtió el caso de los treinta y tres mineros en un instante.

Así, toda la epopeya se cuenta con trazos gruesos, con brochazos donde abundan las palabras para el bronce y donde todo huele a la maquinaria de Hollywood para destacar lo que a ellos les parece, en desmedro de la verosimilitud. Incluso, la directora desaprovecha el material del rescate mismo, la capacidad de los ingenieros para armar posibilidades a pesar de los fracasos iniciales, su esfuerzo como grupo humano profesional internacional empeñados en una tarea titánica y se conforma, por ejemplo, con darle más protagonismo a Don Francisco en vez de acentuar "el otro drama": el de los expertos enfrentados a un desafío mayúsculo de cara al mundo.

Donde sí hay aplausos es en el rubro de las actuaciones: Juliette Binoche, impecable y contenida es un ejemplo de histrionismo; Antonio Banderas, logrado como "súper Mario", el líder de los mineros y Lou Diamond Phillips saca aplausos con su rica interpretación. Mención aparte el caso del actor Rodrigo Santoro: interpretar a Laurence Golborne es difícil, considerando que el personaje real no da para mucho y por tanto opta por humanizar al máximo a un ministro que debe tomar decisiones claves en un instante fuera de toda lógica,

En su conjunto, se evidencia que esta película está pensada en el público internacional, aficionado a los grandes temas "basados en hechos reales", contiene secuencias burdas -como la de los mineros dominados por la fiebre y el encierro que creen ver a sus familias dándoles de comer- y posee emoción más que por el trabajo cinematográfico en sí, sino porque el material en que se basa es tan potente que sobrecoge.