Merdado y ferias
De compras por la Plaza Sotomayor, me topé con los recuerdos, agolpados en los últimos años de la década de los 50, cuando un grupo de comerciantes ocupó el desaparecido pasaje para instalarse con una feria de verduras, frutas y hortalizas. Eran esos años de un mercado municipal floreciente, con una pescadería en el subterráneo de Uribe. Y las menudencias, en el segundo piso por Uribe.
La feria Sotomayor era una novedad. Por vez primera, la ciudad -sin una vega central aún- tenía la opción de disponer de productos frescos del agro, provenientes de quintas locales o bien de las feraces quebradas tarapaqueñas. Por calle Ossa, se estacionaban los camiones de otros proveedores, venidos algunos de Ovalle, Vallenar o La Serena. El mercado y sus alrededores conformaban un mundo pleno de vida, de personajes, de oficios y labores. Las cocinerías -todas en el segundo piso- ofrecían platos típicos a precios populares. Todo, como parte de una ciudad apacible, limpia. Una Antofagasta buena, a todas luces.
En el altillo de Sotomayor, se hallaba la Feria de los Matuteros, cuando no existía aún la Zofri de Iquique y todo lo novedoso provenía desde el puerto libre de Arica. Las medias de nylon, desodorantes y las radios a pila, colgaban desde los improvisados quioscos, que se levantaban en las mañanas y eran desmontados después del mediodía. Las populares "guayaberas", perfumes y los primeros elementos de plástico, que desplazó a la bakelita y al carey, estaban en venta. Productos importados que lograban esquivar el dudoso celo de los aduaneros de la época.
Pero en la tarde, volvía la quietud a la Plaza Sotomayor y el espacio quedaba reservado a los mítines políticos que -por aquellos años- tenían ese único escenario. Nunca vi la plaza invadida por vagos, ni tipos "en situación de calle". Entonces, el Mercado y su entorno cobraban vida propia, con locatarios dignos, que por muchos años, hicieron del comercio y la atención a los antofagastinos la razón de sus vidas.