Transcurrido más tiempo y en perspectiva, podemos apreciar lo exhortado por el Papa Francisco luego de su viaje pastoral a Sudamérica y mientras se encontraba en Bolivia. Fue clara la presión de Evo Morales por el tema marítimo, tan pronto llegó, con la entrega del "Libro del Mar" y -seguramente- durante la audiencia privada. Su Santidad se refirió al caso señalando: "Hay que usar un diálogo franco y abierto para evitar conflictos con los países hermanos…Estoy pensando en el mar. Diálogo, diálogo. El diálogo es indispensable". Durante su regreso a Roma, si bien advirtió que como Jefe del Estado Vaticano debía ser muy cuidadoso en sus palabras para que no fueran interpretadas como injerencia, reconoció "una base de justicia" cuando un pueblo (el boliviano) ha experimentado un cambio de límites territoriales, "después de una guerra" (la del Pacífico); donde "hay una revisión continua" (¿del Tratado?), no siendo "injusto" este anhelo.
Ha dejado ver lo que siente, por sobre cualquier posible gestión diplomática que hiciéramos ante la Santa Sede en prevención de su viaje, ya que indudablemente iba a ser utilizado por Evo Morales para su causa. El Papa instó al diálogo, lo que está perfectamente en consonancia con la tradicional política vaticana, pues no podría recomendar lo contrario. Dialogar no es otra cosa que negociar, y negociar con Chile es lo que Bolivia ha solicitado a la Corte de La Haya. Eso sí, para que nos obligue hacerlo de buena fe, mediante un fallo, que le conceda un acceso soberano al Pacífico. Ello conlleva, implícitamente, que sea a expensas de nuestro territorio, sin compensaciones, y modificando el Tratado de Límites vigente desde 1904. No es una demanda cualquiera.
Por nuestra parte, al inicio nos declaramos "sorprendidos" para luego rescatar su insistencia en el diálogo, reiterando estar dispuestos a restablecer relaciones diplomáticas con Bolivia. La conocida fórmula "de aquí y ahora" como requisito previo. Suena bien, pero tiene implicancias. No olvidemos que si llegamos al final del Juicio, la Corte podría, en el peor de los casos y en sentencia adversa, instarnos a negociar, nunca forzarnos. Tampoco sería legal obligarnos a modificar el Tratado de Límites, una aberración jurídica que no existe en la jurisprudencia de la Corte. Bolivia expresó que, sólo dialogaría si le concediéramos acceso soberano al mar, como lo ha demandado al Tribunal, exigiendo un resultado predeterminado. Así las cosas, los condicionamientos de ambas partes, impiden todo diálogo por ahora.
Si observamos otras negociaciones exitosas, por ejemplo la desarrollada entre Cuba y Estados Unidos con la ayuda del propio Papa Francisco, las aproximaciones se produjeron antes de las relaciones diplomáticas plenas y la apertura de embajadas (programadas para el 20 de este mes), y sin someterlas al levantamiento del embargo norteamericano. Toda negociación no es una simple conversación, requiere de formalismos y acuerdos tales como: el temario a negociar; nivel de delegaciones; etapas; duración; lugar; procedimiento; plazos; y muchas otras. Prosperen o fracasen.
El caso ya está en La Haya, y la Corte decidirá si es o no competente para el pleito de fondo, en todo o parte. El diferendo ya está sometido a un procedimiento determinado de solución pacífica de controversias internacionales. Cualquier otro método paralelo, como negociaciones, mediación, buenos oficios, arbitraje, recurso a organismos, u otros; sería una duplicación inaceptable para el Derecho Internacional. Podrían conducir a resultados contradictorios.
Recordemos que fue Bolivia quien rompió relaciones, interrumpió el diálogo (los 13 puntos) y nos demandó unilateralmente. Por lo tanto, si negociáramos, correspondería que retire su demanda y se siente a negociar. Nada indica que lo hará. Seguirá su campaña internacional y regional buscando apoyos, interpretándolos a su favor, tergiversando la historia, insultándonos, provocándonos, y aprovechando toda oportunidad, como lo hizo con el Papa. Todo hace pensar que, tal vez, sólo debiéramos concentrarnos en el Juicio de La Haya, sin buscar más alternativas, por muy bien intencionadas o sabias que sean otras voces, como las del Papa Francisco.