Caminar en medio de un pasillo con enormes hileras de matas de tomate y con verduras rojas y frescas, es una aventura en pleno desierto. El protagonista de este singular mundo es Glen Arcos (41), un fotógrafo que desde agosto del año pasado comenzó su aventura como agricultor.
Todo partió por un viaje a Israel, donde vio la magia de los cultivos en las zonas áridas. Eso lo sedujo al extremo y así vendió una camioneta y un jeep para construir la Estancia de Doña María Molina, en homenaje a su madre, quien ha estado desde el principio en esta apuesta familiar, cuando el terreno donde está su invernadero era sólo un sitio árido, vacío y desértico.
"Nos animamos a hacer todo esto juntos, si Glen se quedaba hasta las 3 de la mañana trabajando en el cierre y veníamos todos los fines de semana", recuerda María Molina de 80 años, quien sostiene uno de los primeros 14 kilos de tomates que salieron.
La plantación se inició el 23 de marzo y el 28 de junio cosecharon los primeros y más maduros, característica que desean que implementé su organización, ya que pretenden mejorar la calidad de sus tomates y alcanzar mayores niveles de calidad, alejado de químicos y promoviendo lo natural.
vida sana
"Este tomate es como el que cultiva en un huerto que todos recuerdan. Con olor, sabroso, que no tiene un tamaño gigante, pero es un tomate sano", explica Glen, quien además forma parte de los 150 agricultores de la Asociación Altos La Portada.
Arcos recorre el lugar, se emociona y reconoce que esto es un cable a tierra para su vida. "Ver crecer cada una de estas plantitas obviamente es emocionante. Si cuando llegamos acá hasta las chilcas las transplantamos, las malezas igual. Todas tienen derecho a vivir acá. Para mí es un logro", dice Arcos.
En el invernadero hay 9 hileras con más de 10 matas de tomates cada una. Son regadas todos los días, con agua desalinizada por el colombiano Edgard Gutiérrez, quien ya tenía experiencia de agricultor en el valle de Tulúa.
"Debe ser temprano el riego para que cuando llegue el sol las maticas estén fresquitas", comenta Gutiérrez, quien prueba un tomate transformado en pebre que le agregó a una sopaipilla.
Junto a él también trabaja Claudio Barahona, investigador de la Universidad de Antofagasta, quien produjo un biofertilizante a partir de biomasa de microalgas.
"Estos tomates son hidropónicos, porque crecen en agua. La tierra sólo funciona como sustrato para que la raíz se pueda agarrar, los nutrientes se los pones a través del agua", explica Barahona.
Los cultivadores de tomates del desierto esperan convertirse en una fuente importante para abastecer a Antofagasta con alimentos sanos. En el futuro desean cosechar yerbas para productos gourmet.