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Cancelación de rutas de vuelo

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Chile es un país con escasa vocación de ocupación del territorio. Argentina, o Estados Unidos, por ejemplo, están en las antípodas y reconocen la importancia de dar vida a toda su extensión, en el entendido que su desarrollo pasa por todos y no sólo por el centro. Hace unos días fue conocido que una aerolínea cerró los vuelos de nuestra ciudad a Arica y viceversa, decisión que viene a sumarse a otras anteriores que cortaron las conexiones a Calama, Copiapó y el extranjero.

Lo curioso es que no se trataba de rutas que fueran comercialmente negativas para las aerolíneas. La decisión -seguramente- pasa porque conviene poner los esfuerzos en otras rutas que resultan más lucrativas.

Llama la atención la pasividad de las autoridades para consultar estos asuntos. No se trata de obligarlos, pero al menos tener la capacidad de consultar y dar una explicación coherente que justifique una medida de este tipo que tiene efectos tan evidentes.

Por si alguien no lo sabe, un viaje a Arica demorará ahora -por tierra- unas ocho o nueve horas. Si quiere hacerlo por avión, serán unas cuatro menos, ya que tendremos el caso absurdo de viajar primero a Santiago para luego hacer el traslado a la ciudad limítrofe. Lo mismo con aquellos que viajen desde el norte a Antofagasta. Primero han de viajar a Santiago, casi 2.000 kilómetros, para luego regresar unos 1.300 hasta nuestra capital regional.

¿Tiene sentido esto? No.

¿Cuál es el rol del Estado en todo aquello?

Buscar el bien común; sin embargo, todo, hasta ahora, parece extraviado, ya que no hay respuestas, ni oportunidades de reclamo.

Vivir en regiones, sobre todo en las extremas como Arica y Parinacota, Antofagasta, Aysén y Magallanes, tiene complicaciones mayores que aquellas zonas del centro. Eso es evidente y conocido, sin embargo, no hay políticas que reconozcan aquello.

Permanentemente se dice que el futuro de Chile pasa por tener regiones desarrolladas, pero eso en la práctica parece aún muy lejano y al debe, por la indolencia de la autoridad nacional y el silencio de las locales.

La Iglesia Católica y el cine

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El cine chileno ha mostrado en los últimos años, un desarrollo nunca antes visto. Películas con récord de público y galardones internacionales avalan su actual nivel. También una sintonía con problemas reales, alejados de la ficción, ha contribuido a que películas nacionales, compitan con producciones extranjeras de igual a igual.

En la actualidad dos largometrajes acaparan la atención. Estos son El Bosque de Karadima y El Club. Ambos, coincidentemente, tratan temas que involucran a miembros de la Iglesia Católica en actos delictivos y reflejan, con meridiana claridad, la doctrina de protección, ocultamiento y negación con que la jerarquía eclesiástica ha actuado permanentemente ante estas situaciones.

El primero, un montaje directo, fuerte, sin tapujos y apegado a los hechos, como es el caso Karadima, y el otro, si bien se trata de una ficción, para el común de los mortales, es un retrato de una situación no alejada de la realidad.

La indignación de la comunidad, ante actuaciones delictuosas en que miembros del clero se han visto involucrados, no ha logrado remecer las estructuras corporativas anquilosadas de la iglesia, ni mover un milímetro sus posturas oficiales, sin embargo las expresiones artísticas, en general, tienen el valor de agitar el ambiente ciudadano y levantar voces críticas. Esto, al menos, se aprecia en los comentarios de quienes han visto las películas en comento.

Frente a la mirada de un observador neutral, obviamente, la iglesia católica chilena en las dos películas, no queda bien parada, nada de bien. En todo caso, y hay que decirlo, la Iglesia en nuestro país, desde la década de los noventa, ha venido enfrentando una situación crítica, evidenciada por una fuerte caída tanto en el número de seguidores como en las vocaciones religiosas. Las razones son variadas, siendo una de ellas, la pérdida de confianza debido a los casos de abusos contra menores.

Si bien es cierto que no se puede proyectar las acciones censurables de algunos de sus miembros, como una suerte de conducta generalizada de la Iglesia Católica, donde habrían muchos Karadima, O'Reilly o Joannon, no es menos cierto que los ejemplos de un Padre Hurtado, un cardenal Silva Henríquez o de un cura Berríos son cada vez más escasos.

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Se informaba que unas empresas norteamericanas se ofrecían para construir un casino en Viña del Mar. La idea circula hace varios años e inversionistas estadounidenses escucharon el llamado que ofrecían instalar un centro en el concurrido balneario al cual asistían muchas familias del Norte Grande.

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