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Terremoto: la falla de San Andrés

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Esta película, dirigida por Brad Peyton, podría ser el modelo perfecto para asumir los estereotipos más gruesos en que incurre el cine comercial, apegado de manera irrestricta a los clichés, a los lugares comunes y a los golpes de efecto, independiente de cuán entretenido puede ser tragarse este eterno rescate donde Dwayne Johnson, su protagonista, deja pálido a Bruce Willis en sus capacidades para estar en todas partes como salvador del mundo.

"Terremoto: la falla de San Andrés" dura casi dos horas. En su desarrollo, el realizador toma todo lo que tiene a su mano y arma un festín de efectos especiales y destrucción de ciudades que, por comparación, los filmes japoneses post bomba atómica, con Godzilla a la cabeza, parecen cuentos para niños.

El tema de esta película es simple: la pesadilla de todos los sismólogos del mundo se hace realidad, al producirse un terremoto que supera, con creces, al récord que ostentaba el cataclismo acaecido en Valdivia: sobre los 9,5 grados en la escala de Mercalli que tuvo ese suceso en 1960. Desde el comienzo (una secuencia solo para lucir a Dwayne Johnson), la cuestión es clara: destrucción, edificios que caen uno sobre otro, puentes colapsados, muerte y desmanes. Y el protagonista está presente en todas partes, justo para salvar a su esposa que le ha mandado carta de divorcio, salvar a su hija y a su futuro yerno que, curiosamente, son rescatados por papá Johnson en el minuto preciso y suma y sigue.

Hay tantos clichés en el filme que basta con mencionar solamente algunos que, si bien se asumen dentro de un relato entretenido y punto, no dejan de ser simpáticos, pensando que detrás de esta historia hubo guionistas que escribieron estas escenas "para el recuerdo": la ex esposa del protagonista está en el último piso de un edificio justo cuando comienza el terremoto y él justo andaba por la zona en helicóptero… y ojo que la ciudad es Los Ángeles, una de las urbes más pobladas del mundo pero parece un pueblito.

Otro cliché formidable: la ruta queda partida en dos por el cataclismo, pero el héroe se encuentra justo con un piloto varado en el camino, ¡que le presta su avión! Y por supuesto que a nadie le preocupa la credibilidad de todo esto porque la cuestión consiste en cuántos muertos, cuántos edificios y cuánto efecto digital soporta el relato en sus casi dos horas.

Y así suma y sigue. A nadie le importa la coherencia mínima, como el hecho de que toda la ciudad está en el suelo pero la hija del protagonista puede comunicarse sin problemas por celular, llamar a su papá héroe y recibir el diálogo típico de aliento. Envidia de cobertura.

Y si alguien quiere un minuto glorioso de estereotipo perfecto, ahí tenemos la escena cuando el protagonista y su ex esposa, en medio del colapso absoluto de la ciudad, se lanzan en paracaídas y caen justo, pero justo, en el medio de un campo de béisbol. Considere que ella jamás se había puesto un paracaídas, por cierto. El héroe exclama: "Hace mucho que no llegamos a segunda base", le dice él. Todo perfecto.

Dejando de lado este conjunto de lugares comunes tan burdos, la película se inscribe en ese subgénero denominado 'de catástrofes' que tuvo, en la década del 70, ejemplos notables en 'La aventura del Poseidón', 'Terremoto' e 'Infierno en la Torre'.

Pero mientras las películas de los años 70 eran consistentes en su argumento y se apoyaban en los efectos especiales de la época, ahora el asunto es que -aparte de lo impactante que puedan parecer los trucos y efectos de sonido- no hay historia, no hay consistencia mínima y los personajes aparecen tan mal definidos que llama la atención el poco esmero en describirlos (el millonario dueño del edificio más alto de Los Ángeles es un chiste y el joven que salva a la hija del protagonista no convence a nadie).

Así, entre derrumbes, incendios, tsunamis, terremotos menores y mayores, caída de puentes, grietas gigantescas y actuaciones dignas de lo peor del año, con diálogos sosos y situaciones completamente previsibles, hay dos opciones posibles ante esta película: verla un domingo en plan de evasión, asumiendo todos los absurdos que contiene o esperar a que la cartelera nos brinde una película en donde el espectador no sea tratado como si fuera un idiota. Usted elige.