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¿Qué le pasa a Chile?

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Más allá del comentado e inédito anuncio del recambio en el gabinete, el ciclo de entrevistas "¿Qué le pasa a Chile?" tuvo su valor en intentar hacer visible que el liderazgo político (o la adolescencia de éste) de todas maneras impacta en el Chile real.

De los tres entrevistados podemos deducir algunos aspectos: Lagos es recordado por su "dedo" que significaba liderazgo y confianza en sus decisiones; Piñera el gobernante de los datos y cifras que lograron reconstruir Chile y bajar los niveles de pobreza, un dato relevante y que poco se ha discutido; y finalmente Michelle Bachelet, quien en su primer período instaló una imagen maternal y de protección social, llegando a niveles de aprobación históricos. Sin embargo, esa misma imagen hoy ha sido olvidada y en este mandato adoptó un papel de estadista y más lejano, perdiendo sello y olvidando autenticidad y la cercanía que cautivaba a los chilenos.

Qué le pasa a Chile logró desnudar una realidad: Por sobre el debate de la conveniencia o no de anunciar en TV los cambios al equipo de la Presidenta, las conversaciones de los votantes deben apuntar a desnudar una realidad: la vigente existencia de un descontento de la ciudadanía que se siente distante de la clase política y el empresariado. ¿Son justificables las explicaciones sobre la legalidad de los actos en investigación, o los bajos niveles de corrupción en comparación al continente?

Necesitamos de una sociedad civil empoderada que crea en la igualdad ante la ley, en el respeto de las garantías individuales. Donde las instituciones políticas funcionen al amparo de la justicia, con un claro rol fiscalizador de las empresas, y por qué no, con empresarios que devuelvan a las personas la confianza perdida.

El liderazgo que necesitamos hoy debe tener visión con mirada de largo plazo. Políticos con palabra, consecuentes y que no abdiquen en silencios que solo aumentan la desazón. Un liderazgo que no tenga miedo. Como dijo Martín Luther King, "nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia y la estupidez consciente".

Tasa de natalidad y los desafíos del siglo XXI

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En un gesto inédito, y a riesgo de pasar desapercibida por los acontecimientos políticos, la Cámara de Diputados aprobó el martes 12, por 100 votos a favor y 3 abstenciones, la Resolución N° 281.

En ella se solicita a la Presidenta de la República implementar una política de natalidad que aumente el número de hijos a la tasa de reemplazo de 2,1 por mujer en edad fértil. Hoy Chile tiene una de las tasas más bajas del mundo, con 1,8 hijos por mujer.

Los parlamentarios en forma transversal justifican esta postura en razones geopolíticas, económicas, de bienestar de las familias; y agregan que la inmigración debería ser también objeto de una política más precisa.

Tienen razón los diputados al buscar una nueva política poblacional. Pero no es correcto creer que no tenemos una en la actualidad. Es el conjunto de acciones y omisiones explícitas la que nos ha llevado a la actual situación; debiendo tener claridad que también hay un esfuerzo del primer mundo, pseudo-eugenésico, que busca por todos los medios que países como el nuestro tengan la menor cantidad de hijos posible. Pero la política vigente ya no es apropiada para los desafíos del siglo XXI.

Nuestros vecinos crecen vigorosamente y para el año 2030, mientras Chile aumentará su población en 2 millones, los países limítrofes lo habrán hecho en 20. Nuestro envejecimiento es vertiginoso y ni el sistema de pensiones ni el de salud soportarán las demandas que acarrea.

Es una época distinta a la que se veía el exceso de natalidad como un causante de sub-desarrollo. Dicho paradigma ya no sirve para nosotros. Se ha llegado al punto en que la pérdida acelerada del bono demográfico, entendido como un bajo nivel de población dependiente sobre el total de población activa, es una promesa segura de pobreza.

La Cámara propone algunas medidas como aumentar la asignación familiar, fortalecer el programa de fertilización asistida, y gratuidad universal del parto. Son propuestas interesantes; pero tímidas para la magnitud del problema.

Lo esencial es que la política vigente discrimina persistentemente a la mujer, y especialmente a las madres: menos empleabilidad, menos renta, falta de reconocimiento de la maternidad como un trabajo remunerable.

Es deseable que el Gobierno acoja esta propuesta transversal de nuestros representantes. De lo contrario, cada día más viejos, más enfermos, más triste, más solos y más vulnerables.