Mover montañas
Ivo Serge ratifica:
"Siembra amor con la palabra, con el gesto y la mirada, siembra amor por todos los caminos y por donde vayas… y florecerán los riscos, aromarán las piedras y se hará la luz en simas y hondonadas. El amor hace maravillas y es capaz de todos los milagros".
Y en otra poesía todavía contrasta: "El amor crea, levanta y dignifica. Y es tanto su poder que mueve las montañas y hace brotar el agua de las rocas. Pero si el amor construye, el odio arrasa con todo lo que existe y siembra la desolación y la ruina. Es la negación de lo bueno y se goza en convertirlo todo en ceniza o en reducirlo todo a polvo". (Amar al prójimo, 1978).
Y Antonio Rendic vivía haciendo maravillas, creando, levantando y dignificando. "Vale más una buena palabra a tiempo que el mejor medicamento inventado por la ciencia, -solía decir. El enfermo es un ser que tiene fallas físicas y espirituales. Por lo tanto nada hay que lo alivie tanto como un médico que se muestra preocupado por él".
Tenía muy grabado en la memoria un viejo aforismo, del que fue encarnación perfecta: El médico cura a veces, alivia a menudo, pero consuela siempre. Tuvo que atender a una legión de enfermos sin remedio, casos en que la ciencia muestra sus limitaciones, pero siempre les ayudó a bien morir. "Nada hay como una palabra de alivio cuando se está cerca de la muerte".
La viuda de Andrés Sabella, Elba Emilia González, describe al gran amigo de su esposo como un hombre muy suave, delicado en todo, también al examinar y en su trato personal con los pacientes, ésta fue su principal cualidad. Además de que era un muy buen médico. Y ejemplifica su virtud, recordando la atención que siempre le brindó a su marido y que sus diagnósticos eran infalibles.
"Una vez fue por una repentina hepatitis tipo B. Lo tuvo once días con tratamiento, pero Andrés se descuidó y sufrió una recaída que lo hizo sentirse muy mal. El doctor pensó que se trataba de un alza de presión, porque mi esposo saltaba de la cama. Me mandó a comprar una inyección que él mismo le puso. Antonio se alarmó cuando Andrés empezó a roncar, creyendo que era "el ronquido de la muerte". Le dije que siempre roncaba. Sin embargo, Antonio permaneció una hora siguiendo la evolución, y más tarde regresó a verlo. Y se mejoró. Un ejemplo de dedicación al enfermo y al amigo".
Fueran o no pacientes recuperables, Antonio Rendic se prodigaba entregando comprensión, calma, paciencia, esperanza. Y conseguía sanar la sicología del enfermo, porque sabía ponerse en la piel del que sufre, oía cada una de sus cuitas y, en fin, desplegaba toda su sabiduría. En Antonio Rendic Ivanovic, Médico de los Pobres.
Ed. Patris, Segunda Edición, 1998, pp.103-104.