Pampa abierta
No es posible que nada se esconda a los ojos de la muerte. Por los suelos se ven los rastros del más duro tiempo. Y en el firmamento, el sol se descompone en una furiosa carcajada llena de fuego.
Las piedras esfuerzan sus bocas para gritarse, inútilmente, las consignas de la soledad. Las piedras evocan los cráneos malditos de una raza que quién sabe en qué sima de la desgracia encontró su adiós… Cuando el viento se dispone a soplar sus flautas, las pobres piedras alzan, un poco, sus torpes orejas y dijérase que intentan moverse, en un baile grotesco y enternecedor.
Yo ignoro si el diablo tiene pañuelo. Un pañuelo grandote y fiero para secarse la frente, una vez que ha colmado el negro hoyo de su heredad, con las almas de los condenados. Si lo tiene, es la pampa.
Las nubes se deslizan, lejanas, con timidez. El cielo se abre en una bella sonrisa azul-perdida. Es un cielo barnizado, como un espejo imperial. Los niños creen, que con los años, serán capaces de tocarlo con las puntas de sus dedos, endurecidos por el sol y la tragedia. Creen… Un día, sin explicarse cómo, principian a curvarse a la tierra y en sus espaldas el sol patea, como un caballo habituado a comer furias…
El cielo de la pampa es la tapa amorosa de una charca que conviene no mostrar demasiado… Es la única pureza que flota allá. Por las noches, las estrellas se hinchan de luz y se quedan bajitas, como para cuchichearles a los hombres los misterios acontecimientos de su patria. Las estrellas parecen puntos de tiza azul que un niño se entretuvo en rayar desde el techo de su casa. Fulgen ahí: ¡a un metro! Y llega la luna, con su panza de dulce preñada. Y es una luna como la "o" de la palabra gloria. Rueda, silenciosamente. Los soñadores quisieran hacerla caer, mediante una trampa de ensueño… Mas, la luna pasa. Y sus ojos apenas si se detienen, en las calicheras abandonadas; apenas si advierten que, en las huellas, los hombres han ido dejando el polvillo de oro que se escapa del corazón…