"El bosque de Karadima"
De no mediar la cercanía con el polémico caso del párroco Fernando Karadima, cuyos ecos todavía están vigentes en la opinión pública y que significó uno de los golpes más duros para la Iglesia chilena de los últimos años, no existiría tanta expectación respecto de este filme de Matías Lira (antes director de la interesante "Drama"). Y si bien es esperable tanto escándalo con un título como éste -en el cual los protagonistas están vivos y siguen lidiando en el terreno judicial y eclesiástico-, los méritos como película son evidentes, con un estupendo trabajo actoral de los protagónicos Luis Gnecco y Benjamín Vicuña.
"El Bosque de Karadima" es un filme acerca del doloroso camino que transita Tomás Leyton (Vicuña) para llegar a sumarse a quienes acusan de abusos sexuales y psicológicos al carismático sacerdote Karadima (Gnecco), destapando un caso de oscuras aristas y de tremendos eco sociales, remeciendo la conciencia de la comunidad.
El primer acierto de la película es a nivel interpretativo porque el actor Gnecco aborda el papel del caído presbítero de manera notable, conciente que no puede caer en la caricatura ni menos en la exageración y sigue, por tanto, un juego de constantes primeros planos que ponen la atención en sus expresiones faciales, en su mirada, con un diálogo continuo: "yo lo sé todo, m'hijito" en relación a que él estuvo siempre merodeando en el alma de la familia de Leyton: como asesor espiritual, como guía, como padrino de boda, como confesor y como abusador sexual.
Se trata entonces de una existencia compleja -la del sacerdote Karadima- que tiene una tremenda fuerza espiritual, un poder dentro en una sociedad de clase alta, de familias acomodadas y con valores mayoritariamente cristianos, que se aprovecha de la debilidad y vulnerabilidad psicológica de sus feligreses, para violentarlos en lo psicológico y emocional llegando al plano de la intimidad sexual, trasgrediendo su promesa y juramento de celibato, castidad y entrega total a Dios.
Pero también es la historia de un adolescente -Thomas Leyton- que admira a ese sacerdote, que lo sigue, lo intuye como un líder y termina seducido en el peor de los sentidos, entregándole no solo su cuerpo (en imágenes impactantes por las connotaciones que entrega) sino que su alma, enredándose en una maraña de la que es casi imposible huir.
Así, ambos personajes -víctima y victimario- sufren una dualidad en su comportamiento. Todo en ellos es torcido, susurrado, insinuado y en donde un simple beso en la mejilla tiene la connotación implícita de que algo más se encierra en ese recinto donde vive un grupo de élite buscando su fe en medio de la soledad de las habitaciones cerradas.
Es ilustrativo, por ejemplo, cuando Tomás es confrontado con los sacerdotes en una suerte de juicio por haber mentido, porque él suplica que no le corten la ligazón con la comunidad a la que considera su familia, dado lo carente de afectos que siente en la propia, donde la madre del joven (Aline Kuppenheim) y más tarde la esposa de éste (Amparo Tocornal), viven en constante ceguera ante lo que se despliega delante de sus ojos y que se resume en una escena terrible: la mujer de Tomás y sus dos hijos esperando a su marido mientras que éste es abusado en la habitación del sacerdote.
Toda esta historia se centra en una sociedad de dictadura, la chilena de los años 80, donde por ahí se cuela de manera fugaz la voz e imagen de Pinochet en cadena nacional, en el que los sacerdotes reciben aportes generosos de familias adineradas para sus obras de caridad y en la que hay un velo de ocultamiento que se desparrama por encima de todo y de todos.
Resulta importante también en esta película el guión: aquí el director Matías Lira le entrega su escritura a un trío: Álvaro Díaz, Elisa Eliash y nada menos que a la muy reconocida directora chilena, Alicia Scherson. Y por esto mismo el resultado es serio y delicado, donde destaca un montaje y una continuidad narrativa llenas de hallazgos, con secuencias bien terminadas y económicas e imágenes que son brutales en su contenido pero pulcras en su ejecución y donde jamás cae en la morbosidad o el desborde.
Por el contrario, el estilo de filmar de Lira es muy logrado y plenamente conciente de cómo filmar una película de época sin mostrar más que detalles reveladores: el atardecer en Zapallar, el almuerzo con una familia acomodada, el desayuno con la madre de Karadima (con una breve interpretación de Gloria Münchmeyer) ayudan a entender más la dolorosa cotidianeidad de los abusos sexuales a que es sometido Tomás y que determina su manera de reaccionar ya adulto.
Con apenas cuatro secuencias exteriores -el patio de una iglesia, la avenida Bustamante, con la antigua construcción de Providencia, Tomás transitando en moto por las autopistas concesionadas y la conversación del fiscal eclesiástico (Francisco Melo), junto a Tomás Leyton en los pasillos de un hospital- hacen que el filme navegue por la subjetividad de la mirada, por la recreación de los interiores, por escaleras y corredores donde hay una especial preocupación por los detalles, las costumbres y los modos de vida de los años 80.
Hay una segunda lectura más dura en el relato que se apoya en los desenfoques de la cámara, porque cuando Tomás se deja seducir, cuando ya adulto consiente en ser sodomizado y lo convierten en el adulto permisivo que pese a ser un profesional y padre de familia accede porque siente que de alguna manera hay una complementariedad con el sacerdote.
Y por eso el cuadro se desenfoca, la cámara se mueve más rápido, originando un fuerte contraplano que oculta, que esconde aquello que es evidente pero que no se muestra, con gran audacia por parte del director que se mantiene a distancia, con un sentido fílmico siempre consciente de que debe mostrar lo que sucedió con elegancia visual, por duro o cruel que el tema sea.
'El Bosque de Karadima' es, lejos, uno de los estrenos indispensables de este período por su riesgo temático, por su tratamiento fílmico cuidadoso y porque más allá de la polémica que implica como actividad artística, revela la madurez que ha alcanzado Matías Lira en este largometraje, superando los manierismos que revelaba en 'Drama' y que acá se convierten en una puesta en escena de gran riqueza conceptual.
Aplausos especiales para la actuación de Luis Gnecco, la sobriedad de su libreto, y el cuidado de la fotografía y trabajo de escenificación para llevar adelante este filme que, en síntesis, nos recuerda uno de los casos más emblemáticos de la historia reciente considerando para ello las posibilidades estéticas que implica el cine cuando se convierte en un reflejo del devenir social. Muy buena.