No nos acostumbramos a la ausencia de los buenos, aunque ¿cómo podríamos decir en verdad que ellos no están? Si partieron, quienes los conocimos no sólo no los olvidamos; los vemos, día a día, abriendo espacios en la memoria futura de la ciudad. Los niños y los jóvenes van conociendo rasgos nuevos en aquellos que vieron llevar con natural hidalguía su larga historia, reflejada en tantas vidas, en tanto acontecer, en tanta claridad brindada, en tanto bien hecho al pasar.
No, la ciudad no olvida. Ni es indiferente. Atesora imágenes, ecos, gestos que tuvieron un nombre y fueron presencia física. ¿Hay, todavía, entre nosotros, quien -si no alcanzó a verlo- oído, leído, sabido del paso de Don Antonio Rendic por nuestra historia? Historia de pampa, de puerto, de ciudad en continuo crecer y porfiado anhelo de ensanchar horizontes, de artes y letras en permanente proceso creador, de ciencia dedicada al servicio de todos: de lucha buena por la justicia y la paz; de espacio siempre buscado por el pobre, para el que no tiene acceso...
Privilegiar la dignidad del desvalido fue la lección cotidiana que, en sencillez y callado heroísmo nos fue entregando Don Antonio. Como su decir -en verso y en prosa- su pensamiento, su visión, su capacidad de amar a Dios, a los hombres y a cuanto hace su entorno. Su hacer y su decir fueron infatigable siembra.
Paso por la esquina que, hace décadas, aprendí a reconocer como "la casa del Doctor Rendic". Domingo a domingo lo vimos dirigir a ella su paso sereno después de la Misa de Once ... Veo la diaria afluencia de estudiantes, trabajadores, padres de familia , "ancianos de todas las edades". Recuerdo la visita semanal de su amigo poeta y duendo...Pienso en la humanidad que aún irradian sus paredes. Y me pregunto si las futuras generaciones vivirán la experiencia de sentir suya esa esquina; si la ciudad logrará conservarla como Patrimonio y Memorial.
Tanto Norte, tanta vida, tanto bien en ese nombre: Antonio Rendic, "Ivo Serge" para sí y para sus lectores, a los que entrega su canto a la rosa, a la luz y a la sal; al niño y al hombre; al esfuerzo titánico y al afán sosegado; a la arena y los vientos; al almendro y la espiga; a las aguas de vertiente y de mar; a la vida hogareña y a cuanto se traduzca en amor, alegría, conciencia de ser hijo de Dios y hermano de todos. Valoró como suyas la aventura y tenacidad, y del minero, y su vida entera fue parábola de sembrador..." Haz de la siembra tu oficio./ Dios también es sembrador,/ abre surcos. Sé constante/ en sembrar a cada instante,/ donde estés."
Desde la luz que brilla para él, sigue su siembra, pienso. Y me vienen, porfiados, los versos de "Miguelón" Fernández a la vida oculta de su hermana Juanita: "Nadie la conoce, nadie./ Pero los años dirán..."
Me nace -vaya una a saber por qué- la contraposición de estas líneas, para Don Antonio: "Todos lo conocen. Todos./ Y los años ya dijeron..."
(El Mercurio de Antofagasta, 13 de junio de 1993.).