Fuego a leña
El inicio del otoño vino con lluvias, aluviones y tragedia. Y nos recordó nuestra pequeñez. Nuestra nula capacidad de prevenir, de anticiparnos y de enfrentar contingencias y eventualidades. No somos de aprender lecciones, aunque la naturaleza nos castigue una y otra vez.
Nos quedamos sin energía eléctrica y fueron pocos los previsores que tenían linternas. Se cortó el suministro de agua y nos dimos cuenta de cuánta falta nos hace el vital elemento. Hubo pocos que disponían de un tambor o tina en casa. Fallaron las comunicaciones: sin celulares ni Internet, el asunto era aún más grave.
Acudí a ayudar a un amigo, a quien el barro le sepultó todos sus bienes. Recuperarlos fue una proeza, pero lo hicimos. Sin gas, hubimos de recurrir a lo que había a mano: el fuego a leña: un par de fierros y unas pocas tablas, fueron el escenario adecuado para "parar la olla". Fue como regresar al pasado.
Aunque cansadas, las manos -plenas de voluntad- pelaron papas, cortaron zanahorias y trozaron carne. Pronto, la cazuela hervía que era un primor. Los rostros fatigados y dolidos, esbozaron una sonrisa, al solazarse con el aroma de la reparadora comida. Repartidos los platos, el almuerzo tuvo profundos perfiles humanos. Mi amigo lloraba, al ver destruidos sus sueños. Su mujer sollozaba, con su hijo menor en brazos: el pequeño llevaba dos días mojado. En sillas unos, en el suelo otros, compartimos, hablamos y nos dimos fuerzas. Había que levantar la cabeza, apretar los puños y comenzar todo de nuevo. La cazuela sabía con ese olorcillo a humo -tan propio- que me emocioné, sin ocultarlo. ¡Así olía la comida de mi vieja Amalia..! Una improvisada tetera hirvió, invitándonos al reponedor tecito para abrigar el alma.
Pese a estar abocados a limpiar, recuperar y volver a ordenar, todos nos preocupamos del fuego. Trozos y despuntes de maderas rotas mantuvieron vivas las llamas. Ya de tarde, el fuego cobró vida, volvimos a servirnos te…
Y las llamas volvieron a entibiarnos el corazón…