Sarcasmo
El ilustrador Alberto Montt, quien se caracteriza por su ingenio, conocimiento del mundo y del arte, decía en una entrevista "Deberían poner en el jardín de infantes y hasta cuarto grado el ramo: Reconocimiento de sarcasmo. No exageremos, me conformaría con que lo pusieran en la nueva universidad gratuita que vamos a tener, para ver si desarrollamos agudeza y profundidad de la inteligencia en las nuevas generaciones.
El sarcasmo, en el Chile "antiguo", era una interesante herramienta que ayudaba a ser crítico sin que la amargura nos atrapara. En una obra de Juan Radrigán, el protagonista a su mujer le pide un sánduich de "jamón con pepas". El espectador o lector sonríen, pero eso NO significa que esté despreciando al hombre pobre que solo puede comer tomate porque el precio del jamón se lo hace inalcanzable.
Heredamos el sarcasmo español, pero hoy ¿quién lee a Quevedo y Góngora?
Fontanarrosa ya no está en este mundo, pero se sorprendería de cómo los jóvenes no entienden a su personaje Boogie el Aceitoso, y pocos hay que disfruten con Inodoro Pereyra y su sabio perro Mendieta.
No sé si en Argentina todavía disfrutarán de los sarcásticos personajes de la revista Humor que fueron capaces de develar implacablemente la corrupción y mal gobierno de los líderes de turno.
Lo que es en Chile, donde acostumbramos imitar lo peor del imperio yanki, queremos ser siempre "politicall y correct", lo cual no tiene nada que ver con política sino más bien con la softificación ("soft"=suave) del lenguaje para que no lastime a nadie, para que todo fluya; pero también para que no tengamos que gastar neuronas para comprender. Recuerdo que un poeta antofagastino escribió una simpática (y sarcástica) interpretación del abordaje de Arturo Prat. Un cuarto de siglo después, aún no lo perdonan.
Francisco de Quevedo está vedado en estos tiempos, aun cuando en cualquier noticiero nacional la mayoría de las informaciones que nos ofrecen parecen gritar: "Poderoso caballero es Don Dinero".