La última luna
Bella, como siempre, la luna llena del 5 de marzo nos sonó a despedida. Noche plena, cielo límpido, calma chicha, mar plateada. La roda de la embarcación surcaba el agua, dejando una estela de ondulaciones que se perdían en lontananza. Con escaso abrigo, la medianoche nos sorprendió a la cuadra de Paposo, contemplando la oscura silueta de la cordillera de la costa.
Aunque la pesca no fue generosa, la noche fue para recordarla. Solos en la inmensidad de ese tramo del mar de Chile, se avistaban -tenues y temerosas- las luces lejanas de Paposo y Punta Grande, la minera que se niega a paralizar. Hubo tiempo para el mate, la charla y uno que otro chiste. Hasta la misma madrugada, fueron muchos los temas de conversación.
Era. Fue la última de las tres lunas del verano.
Ya no habrá vuelta. El tiempo -irreverente- camina lento, pero no se detiene. Ya me quedan menos lunas de verano en mis próximas singladuras. Se viene la primera del otoño, cuyo plenilunio se avecina para el 4 de abril. Con esa luna comienzan las esperadas "calmas de otoño". Momento en que Eolo solo se manifiesta por las tardes y las madrugadas, trayéndonos sus brisas, que soplan desde el primer cuadrante. Viento que se conoce como "terral" o "calameño". Aire seco, helado, que hasta hace treinta años, inflaba las cangrejas de las últimas chalupas, que -al amanecer- se hacían a la mar, para manear cojinovas y jureles ("ñatas" y "pavos"). Chalupas que aguardaban las primeras brisas del "surazo", que se levantaba antes del mediodía y las traía de regreso, sin más trabajo que los golpes de caña y el forcejeo con la escota.
Se abren las puertas al otoño, que enfría los ecos del verano… Vuelta de las bufandas y los soquetes de lana. Se hielan las manos, pero no los corazones. Menos los corazones de nosotros, los nortinos, plenos de fuego. Ya tendremos tiempo de mirar al cielo, esperar el plenilunio de abril y susurrar -rememorando el verano- "¡Bienvenido otoño al desierto boreal…!