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Un avión en el cielo

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El 5 de marzo de 1929, se fundó una institución que lograría uno de los máximos galardones: el de ser una eficiente muestra de nuestras cualidades técnicas. Bajo la mirada organizadora de Arturo Merino Benítez, se creó la aviación comercial que, tras algunos cambios, es nuestra Línea Aérea Nacional.

La aviación chilena comenzó con lauros de heroísmo. Los nombres, legendarios, de Godoy, Cortínez, Acevedo y Figueroa, constituyen hitos en la historia de su esfuerzo y su coraje. Pero, hay otros, más humildes, el de los Copetta, los pioneros de Batuco que, en avioncitos de juguete, se arriesgaron a trepar hacia las nubes, fundando, en el aire, el dominio de Chile.

Nuestro dominio celeste fue siempre de paz. Nuestros aviones no trepidan en son de guerra y muerte: cargan armonía social, unen distancias, solucionan problemas, transportan, la facilidad de vivir. Y esta facilitación de la vida es un signo honroso y honrador.

El distintivo de Lan es el máximo: el de la seguridad. Durante 9 veces consecutivas lo ha obtenido, a través de la conquista del premio de seguridad internacional, que supo conseguir merced a la serenidad y pericia de sus pilotos, ayudantes, técnicos y demás personal interesado en que sus vuelos sean perfectos.

Un avión en el cielo no es, solo, un bello motivo: es una preocupación para no menos de 50 personas que, desde tierra, siguen su rumbo: no marcha solo el avión; no marcha con la única atención de sus pilotos: como si fuese atado, idealmente, a un cordel de tutelas, los técnicos de tierra le vigilan, evitándole cualquier zancadilla del aire.

Lan -una ruta chilena para América- representa la capacidad de nuestros hombres. Es una realización que, nos honra, porque certifica la mano de acero de nuestros aviadores, siempre en combate de cielos en el cielo mismo. El sueño de Ícaro modelado, en Chile, en la figura de Alsino, de Pedro Prado, el sueño milenario de volar, es una realidad. Y entre nosotros, una bella realidad creadora.