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"Kingsman, el servicio secreto"

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La crítica especializada ha definido de manera notable a esta película como el cruce perfecto entre 'James Bond' y la comedia musical 'My Fair Lady'. Y la razón de ello es el motor de esta interesante y entretenida reinvención de las películas de espías, hecha con elegancia, buenas ideas y mejores actuaciones (y sin abusar para nada ni de los efectos especiales ni de la violencia gratuita).

De las películas de 007 saca el aliento, la inventiva narrativa y la elegancia británica que siempre se agradece. De 'My Fair Lady', la anécdota de cómo un Jack (Colin Firth), maestro del espionaje pulcro, eficiente y flemático apadrina a Gary (Taron Egerton), un joven delincuente que sobrevive a duras penas en las calles de Londres y cuyo padre fue un brillante miembro del servicio secreto para convertirlo en un distinguido agente al servicio no solo de Su Majestad, sino que de todo el mundo.

La película, dirigida por Matthew Vaughn, está basada en 'Kingsman: Servicio secreto', novela gráfica homónima del aclamado guionista de cómics Mark Millar, quien es el artífice de grandes éxitos cinematográficos como 'Kick-Ass' o 'Wanted (Se busca)'.

Desde el comienzo -impactante e imperdible- la película deja en claro que se trata de una aventura elegante, bien realizada y que tiene clarísimo el concepto de entretenimiento de calidad, para adultos, sin decaer en ningún instante y ofreciendo un argumento sólido, hilarante, pero siempre correcto, muy en el british style tan característico de esa cinematografía.

Uno de los puntos mejor logrados son la sucesión de pruebas que contempla el duro entrenamiento de los postulantes a agentes secretos: es aquí donde el director utiliza el sentido del vértigo de manera impecable, apostando siempre a las sorpresas continuas y un sentido del espectáculo que nada tiene que ver con el Hollywood de todos los días.

Otro detalle que se agradece de verdad es que en ningún instante se pierde el sentido del humor, el sarcasmo y las finas alusiones a 007 y por supuesto a 'My Fair Lady', logrando un ejercicio de metalenguaje que los cinéfilos agradecen a rabiar. A esto se deben sumar las escenas de acción y las peleas que están muy bien coreografiadas, con imaginación y ritmo creciente, digno del director de la película 'Kick-Ass'.

A nivel de las actuaciones, Colin Firth está impecable, el joven Taron Egerton no desentona y denota tener pasta para futuras producciones y por supuesto Michael Caine aporta su acostumbrada elegancia. Pero quien se roba la película es el villano que interpreta Samuel L. Jackson, violento, megalómano y sanguinario, pero incapaz de ver una gota de sangre y jugando con un seseo espantoso que le confiere un rol memorable.

En síntesis: cuando nadie se lo esperaba, el director Matthew Vaughn entrega un filme tan entretenido, tan pulcro en su estética de película de espías y tan imaginativo que de verdad se esperaría una segunda parte con la misma calidad, entusiasmo y reinvención de un género siempre noble que acá alcanza un punto alto y, de paso, hace un sincero homenaje al mejor cine de Bond, ése de los años 60, cuando todo estaba por inventarse. Buena.