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El dr Antonio Rendic profeta de la medicina (Parte 4 y final)

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E Como la felicidad no puede prolongarse mucho en esta vida, de las tres mujeres que vivieron con el Dr. Rendic, la primera que partió a la Casa del Padre, fue la dulce y adorable Amy Richard. De su gran dolor interior nadie puede contarlo. Pero como dice San Ignacio, "para todos los que tienen juicio y razón", podrán entender el desgarrón del alma, cuando se ama de verdad. Me recuerdo en este momento, la oración fúnebre de Mons. Manuel Larraín, Obispo de Talca al despedir al P. Hurtado, su compañero de curso en el Colegio San Ignacio y amigo de siempre : "Un gran silencio donde ocultar un gran dolor, es lo que el amigo de toda la vida, desearía en estos momentos". Pero continuaba: "pero si callara, las piedras hablarían", etc. Para los médicos, la lucha por la vida de sus enfermos, es la batalla constante. Pero cuando la muerte triunfa y se lleva un ser tan querido, el dolor es como un bisturí que se clava en el corazón y deja una herida que tarda mucho en cerrar, hasta que ellos como nosotros, aprendemos a caminar con ese dolor a cuestas. El Dr. Rendic asumió ese dolor y lo volcó con más energía sobre aquellos que no pueden reclamar una atención oportuna: "Sus familiares, como él decía, por los pobres". Y siguió viviendo en la misma casa, con la misma austeridad y sencillez de siempre, hasta muy anciano, que fue cuando le conocí. A lo largo de ese tiempo, se hicieron mis familiares también, Lila la sordo muda, con sus ojos en los que brillaba una inmensa bondad y una permanente sonrisa que nunca se alejó de su rostro y a la Zoilita, que caminaba erguida y silenciosa, como una sombra, siempre presente en cualquier rincón de la casa. El ambiente de paz que flotaba en ese hogar, ya era como el calmante inicial que recibía a los enfermos, que seguían visitándole.

He vuelto a Antofagasta y he vuelto al San Luis, después de casi 26 años. Los recuerdos se agolpan en mi memoria. Pero si algo he tenido fresco, durante todos estos años, ha sido el recuerdo del Dr. Antonio Rendic y su impactante personalidad. Lo he mencionado muchas veces como un ejemplo en mis sermones, en los lugares donde he pasado, como un testimonio de vida y un ejemplo para los médicos y la medicina. Había ese algo en el, que al no poder calificarlo mejor lo decimos con simplicidad; "era bueno desde adentro", como que toda su calidad de bien se irradiaba al que tenía la suerte de haberlo conocido y gozado de su amistad. Estoy cierto que los pobres eran los que mejor lo sentían. Es la experiencia de tocar en algún momento lo que decimos: "era como un santo". ¿Quién no ha tenido en su familia o en sus amigos alguien que le ha representado esa imagen de bondad casi celestial? Y la hemos sentido más fuerte cuando ya los hemos perdido. Se me agolpan al pensarlos, mi madre, un tío abuelo, mi párroco cuando era niño, el Padre Hurtado cuando yo era joven, y tres grandes jesuitas en mi vida sacerdotal. Habría que mencionar tantos laicos y laicas a través de todos nuestros años. Hagan la prueba y verán tanta gente que nos enseñó el camino del bien, con el testimonio de sus vidas, con el amor incondicional de una madre y con el cariño desprendido y sabio de un padre. Eso es lo que al momento de su partida de este mundo, nos deja ese gran vacío, pero a medida que pasa el tiempo nos consuela el haber tenido y gozado de su cariño. El Dr. Rendic tenía ese algo especial, que contemplando ahora su vida lo encuentro mucho más extraordinario y reconociendo en el condiciones y cualidades que lo transforman en un verdadero santo. Por eso lo he llamado más simplemente: Un Profeta de la medicina, la del cuerpo y la del alma. "No todos se preocupan de las dos".

(Terminé de escribir este artículo el 2 de diciembre de 2014, fecha en que el Dr. Rendic partió en su camino al Cielo.).