Los santos inocentes
Uno de los personajes llamativos del Antofagasta de los años setenta era el Rosita, un marica que se paseaba con un alto de revistas de ese nombre en el brazo, indiferente a las burlas y comentarios machistas de la época. Otros personajes a quienes recuerdo con el miedo de la infancia es "El maquinita", un loco que se creía tren y de gran agresividad con las mujeres y los niños en algunas ocasiones. Sentía cierto pánico cuando lo veía desde que una vez trató de golpear con un tarro a mi madre, justo en ese momento apareció mi abuelo materno de alguna parte y con un "Qué te pasa...".
Su corpulencia y más de metro ochenta de estatura hizo huir a la bestia de baja estatura. Me vengué burlándome de él cada vez que lo veía, con la debida distancia y precaución para salir arrancando en caso de peligro.
También recuerdo a Toribio El Náufrago que recorría la ciudad acompañado de su madre; decían que, juntos acabaron devorados por una jauría de perros en la cueva del cerro donde vivían. También llamaba la atención el loquito que se creía auto y conductor acelerando por las calles entre medio de los automóviles de verdad
Y las Muñecas de calle Matta, dos señoritas de abolengo, que se habían quedado en el pasado señorial de su familia en los años veinte y a quienes los liceanos iban a golpear a su puerta para verlas salir enojadas .por la molestia de no encontrar a nadie. En realidad era una sola la que salía. Una vez lo hice a los once años de edad y mi prima me acusó; todavía recuerdo los correazos de mi madre para que aprendiera a respetar.
Pero al Rosita lo reencontré recorriendo las calles de nuestra ciudad, con sus revistas en el brazo, en la novela de Hernán Rivera Letelier, "El ángel parado en una pata"; Hernán lo conoció en su niñez, cuando él voceaba los diarios que vendía y el Rosita mariposeaba por la ciudad, Rivera Letelier sacándole de su memoria lo incorporó como uno de los personajes pintorescos de la ciudad.
Un día de los años noventa, después de haber leído la novela de Hernán, al llegar a una esquina, aparece el Rosita caminando hacia mí; pasó por mi lado vociferando en contra de las democracia y alabando a Pinochet. Por supuesto hablaba con un interlocutor imaginario. Quedé pasmado porque me lo imaginaba ya muerto. Y también por su pinochetismo, aunque no era la primera vez que veía o conocía una loca pobre que fuera pinochetista, pero esas otras lo vivían y viven ocultas en el closet, con la esperanza de subir unos peldaños en la escala social y económica gracias a un empujoncito derechista. Me resultó patético encontrarme con este personaje marginal, con su pobreza y sus limitaciones mentales, alabando a quien representaba todo lo contrario a él. Los pocos segundos que escuché al Rosita me conmovieron por la inconsciencia de su alma carente de cualquier signo de lucidez. Después de ese encuentro sorpresivo nunca más supe de él.