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El Doctor Antonio Rendic, un profeta en la medicina (Parte 1)

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Me pidieron una reseña escrita del querido Dr. Antonio Rendic. Lo hizo un grupo de señoras, que se han encargado de mantener vivo el legado de tan distinguido profesional. Gracias a su intervención, no deja de salir en las páginas de El Mercurio de nuestra ciudad algún artículo o semblanza de quienes lo conocieron y compartieron su extraordinaria vida y la magnitud de su capacidad literaria y poética.

Pero, sin duda, es en su compromiso excepcional con los más pobres y necesitados, donde descuella lo mejor de su gran espíritu cristiano. Mayor admiración produjo en mí, el saber que a menudo, les obsequiaba las medicinas o los ayudaba con dinero para que pudieran adquirirlas. El haber quedado viudo y sin tener hijos, presumo que lo hizo volcarse aún con más afecto por sus pacientes, en los que espontáneamente reencontraba su paternidad. Los pobres, con esa intuición de los que se sienten queridos, devolvían no sin una cierta timidez, con un apretón de manos y una sonrisa agradecida, esa generosa gratuidad, que consideraban ya, como un verdadero milagro. ¡Si así les parecía en ese tiempo¡ ¿Cuánto más no lo parecería ahora?

Conocí al Dr. Rendic, por mediación de su nieta, Amy Ylijjc, la que al salir de una misa dominical, me pidió como un favor, poder llevarle la comunión a su casa. Me ofreció su vehículo y hacer las presentaciones correspondientes. En el camino me fue contando que aunque se encontraba en pie, tenía prohibición de salir, ya que convalecía de un fuerte resfrío.

Y fue así, como de una simple casualidad de fiel feligrés, pasó a ser poco a poco, un confidente y un amigo. Me llamó la atención, al verlo sentado, con un chalón azul en las rodillas, la agilidad con que se levantó para intercambiar los saludos y presentarme a su esposa. Desde una hermosa fotografía nos miraba con una sonrisa. "Ella, ya está en el cielo", me dijo con naturalidad. Un gran ramo de flores blancas y frescas, mostraban el cariño con que la rodeaba. Me bastó una mirada y el largo momento de silencio que mantuvo después de recibir la comunión, para transmitir la riqueza del hombre interior que sabe dialogar con el sacramento recibido. Hice ademán de retirarme y me hizo un gesto de esperarlo. Me preguntó si tenía tiempo para que conversáramos un momento y conocernos un poco más. Como me sentí acogido y apreciado desde la entrada, brotó fluído el diálogo y al poco rato, nuestra charla fue creciendo en calidad y profundidad. Nos despedimos con un firme apretón de manos y en él agregó un billete, que ante mi negativa de aceptarlo, me obligó a recibirlo, diciendo: "Ud., siempre tendrá algún pobre a quien ayudar; hágalo por mí". Imposible resistirse ante tal calidad de súplica. Le dije: "Acepto, con tal que no lo haga más." Me respondió con una sonrisa: "Ud., siempre me va a aceptar porque me trae al Señor." Y mirándome fijamente a los ojos, añadió: "Él nos ha enseñado a considerar a los más pobres como familiares nuestros". ¡Qué reflexión más estupenda, en esa sola frase que me marcó muy profundamente! "Los pobres son nuestrosfamiliares", me fui repitiendo varias veces, como en la historia del Principito, para no olvidar.

Así fue como le conocí y a medida que menudeaban mis visitas crecía en mi admiración y aprecio, de manera que atenderlo espiritualmente dejó de ser un deber, sino un espontaneo deseo de gozar de su amistad, compartir su riqueza interior y presentir que estaba tocando el alma de un ser poco común por todos lo que lo conocían.