Secciones

Antonio Rendic, El médico de los pobres

E-mail Compartir

Con aquel nombre se le conocía al doctor Antonio Rendic. Los testimonios sobre su buen corazón abundan: de innumerables madres a cuyos niños atendía; de dirigentes políticos y comunales: de amigos y sacerdotes y, sobre todo, de gente humilde.

Es que su generosidad no conocía límites. No cobraba un centavo a quienes no pudieran pagar la consulta y, más encima, les regalaba los remedios. A cualquier hora del día o de la noche, estaba dispuesto a atender a quien llamara a su puerta.

Alto, delgado y de distinguida estampa, Rendic se educó en Antofagasta y en el Liceo de Copiapó. Luego se trasladó a Santiago para estudiar medicina en la U. de Chile, donde destacó como el mejor alumno. Se tituló en 1921 y a la semana ya estaba de vuelta en su querida Antofagasta para entregarle toda su experiencia y conocimiento.

Tenía entonces 25 años y el Norte estaba siendo asolado por la crisis del salitre y la depresión económica. Por esa época se casó llegando a cumplir 57 años de feliz matrimonio.

Hasta los 50 años en que le empezó a fallar la vista, don Antonio ejerció como cirujano, luego como internista y siempre como pediatra. "El médico cura a veces, alivia a menudo, pero consuela siempre".

Su familia deja Europa en busca de mejor suerte. A pesar de no haber nacido en este país, don Antonio repetía "Chile es mi patria" y, en 1944, se nacionaliza chileno… pero del Norte Grande.

Antonio Rendic, además, era poeta. Bajo el seudónimo de Ivo Serge escribió más de cincuenta libros. También fue, durante décadas, columnista semanal de El Mercurio de Antofagasta, donde su prosa poética expresaba su misticismo y amor por la naturaleza toda, en especial las maravillas del desierto.

Rendic ha sido uno de los hijos más queridos de Antofagasta. Cautín, una de sus principales calles, fue rebautizada como Avenida Doctor Antonio Rendic. La declaración de Hijo Ilustre de la ciudad no fue el único reconocimiento oficial que recibió.

El gobierno de Chile le otorgó la Medalla de Oro por servicios distinguidos, la Academia de Medicina del Instituto Chile le confirió un diploma de honor y, en 1964, le fue concedida por el Papa Paulo VI la Condecoración Pontificia de Caballero Comendador de la Orden de San Silvestre, en reconocimiento a su monumental obra social y religiosa.

Lúcido hasta el final, atendió enfermos hasta donde las fuerzas físicas se lo permitieron. Dos meses antes de morir vio a sus últimos pacientes.

Un día, con serenidad y sin aspavientos, anunció a sus familiares: "me voy, hoy, me voy al gran encuentro". Así ocurrió el 13 de febrero de 1993.

N. de la R.: El comentario apareció en El Mercurio de Santiago, con motivo de la presentación del libro del periodista José Miguel Armendáriz, quien residió un tiempo en Antofagasta y cuyo texto valora la obra literaria y social del Dr. Rendic.