Puertas de ayer
¡Tire la pita, no más…! Me vinieron a la memoria esos años de mi Antofagasta buena. La verdadera Perla. Con sufridos nortinos, encarando estrecheces, dilaciones, postergaciones. Pero era buena mi ciudad, pese a todo. Tranquila, cancina, querendona… Sin rejas… Una frase, impresa en el reverso de los sobres de correo, lo reconocía: "Antofagasta le ofrece un verano inolvidable… Visítenos en febrero".
Hablo de ese primario sistema de abre/cierra las puertas de las casas de barrio. Un pequeño hoyito dejaba espacio para un cordelillo o pita, que accionaba la chapa o cerrojo. Tenía un nudo, para "que no se fuera para adentro" y dejara en la calle a los moradores.
Un símbolo de la honestidad que caracterizaba a la comunidad antofagastina. Una señal de infinita confianza. Vecinos y amigos "tiraban la pita" para ingresar a la vivienda. Adentro, transcurría lo de siempre: firmes señales de amistad, de solidaridad. Fuertes vínculos de vecindad que se traducían en una permanente asistencia, una disposición a todo. Voluntad que todo lo resolvía.
Mi abuelo contaba que eso de "joder la pita" era un juego de niños, que recorrían las calles, echando las pitas de las puertas para adentro, dejando a los moradores en la calle y obligándolos a golpear o a llamar a gritos para que vinieran a abrir. Toda una cuadra o dos, con problemas para ingresar a las casas… ¡Qué broma de niños…!
Oigo un timbre estridente. Miro una pequeña pantalla, donde veo la persona que llama a mi puerta. El conserje me avisa por el citófono, dando el nombre de la visita. Doy la venia y transcurre un minuto. La visita firma una planilla de registro de ingreso… Suena una cadena, salgo con las llaves, para abrir el candado… Antes, miro por el "ojo mágico", último chequeo previo a recibir la visita. Creo identificar esa silueta, me es familiar. ¡Es mi hermana…!
Claro que la ciudad es otra y los tiempos han cambiado.
Hace cincuenta años, le habría gritado… ¡Tira la pita no más…!