Su casa (o lo que queda de ésta) no tiene puertas, ventanas ni muebles. Tampoco cuenta con agua potable y luz eléctrica desde hace cuatro años producto de un incendio, cuyas cicatrices son fáciles de observar en las paredes. Sólo lo acompaña un robusto perro café que le mueve la cola cada vez que lo mira y que no tiene ni nombre.
Al ingresar al estrecho pasaje de calle Anhidrita (Villa Alianza, sector norte), aparece la figura casi desconocida de Jim Olmos Adriazola, aquel poeta que en plena actividad literaria usaba su pluma como un cincel para plasmar sus sentimientos y mostrar su rebeldía ante un sistema del cual se siente incomprendido.
Mientras se ajusta a la cadera un ya ancho pantalón azul que deja en evidencia su extrema delgadez y su mano derecha toca con tranquilidad su barba cana, una flotilla de moscas sale desde la pequeña vivienda de dos pisos que está repleta de cachureos y donde no hay espacio para nada, salvo para muchas horas de contemplación.
VECINOS
Jim Olmos hace todas sus cosas en una especie de diminuto antejardín. Acá hay una estrecha banca y un carrito de supermercado que tiene dos envases de leche a medio abrir, agua en una botella de tres litros y algunas cosas para alimentarse. De hecho, prácticamente no puede entrar a la casa ya que desde el marco de la puerta aparece una cantidad indeterminada de objetos de los más variados tamaños y formas.
Ahí sobresale un colchón que las hace de improvisado dormitorio y de elemento decorativo durante las tardes. Pero eso no parece perturbarlo en lo más mínimo, aunque sí preocupa en extremo a sus vecinos debido a la gran cantidad de desperdicios, el mal olor y un eventual nuevo siniestro.
Próximo a cumplir los 74 años (10 de noviembre), admite que está alejado de todo y de todos por voluntad propia, aburrido de un sistema que no lo convence, incluidos sus amigos de tantas jornadas literarias.
¿Se siente solo?
-Yo amo la soledad. Cumplí con mi deber, tengo dos hijos que son profesionales y viven en Santiago. Yo fui muy claro cuando los eduqué, ellos sabían que tenían que estudiar, llegar a la universidad y ser profesionales. Más que buscar una mujer, yo busqué una madre para mis hijos.
¿Y desde cuándo no los ve? ¿Lo ayudan?
-Hace más de un año. Ellos respetan lo mío y yo estoy bien así. Cubro todas mis necesidades.
Usted es un hombre culto, ¿sabe lo que es el Síndrome de Diógenes?
-He oído hablar de eso, pero no me he preocupado del tema. A mí no me hace ningún daño tener cosas en la casa.
¿Pero los vecinos temen que pueda provocar un nuevo incendio por la gran cantidad de objetos que acumula?
-El incendio ya fue (consumió toda su casa). No habrá otro, reclamaron que yo tenía muchas cosas, pero ellos tienen muchos antejardines que cierran en forma ilegal, y ahí yo no digo nada. Trato de hacer lo mío y no molesto a nadie.
DECISIÓN
Este escritor desapareció hace rato del centro de la ciudad donde siempre era fácil verlo transportando un carrito de supermercado con una infinidad de diarios, bolsas y papeles, con su tradicional boina y unas ajustadas calzas de color rojo que, por cierto, le daban un signo inconfundible.
De eso ha pasado bastante tiempo y dice que ya no le interesa conversar con nadie, que por eso prefiere estar solo en su casa para pensar y reflexionar, siempre recordando las obras de Pablo Neruda y sus tiempos de fecunda actividad literaria tanto en sus artículos de La Estrella del Norte como las colaboraciones en El Mercurio de Antofagasta.
Pero hoy todo es completamente diferente. Reconoce que hace bastante tiempo que no se baña y cuenta que con un par de litros de agua con los cuales maximiza las labores de aseo y su alimentación, algo que se nota de sobremanera en su desgarbado aspecto físico.
¿Y usted qué come durante el día?
-Como muy poco desde siempre, pero mi fuerte es el desayuno. Compro algunas cositas y los dulces que me gustan desde niño. No necesito muchas cosas, con eso es suficiente. Además tengo muy buena salud ya que no me enfermo casi nunca.
¿De qué vive?
-Tengo una jubilación después de haber trabajado en Chuquicamata. También tengo plata en el banco que me pagó por el tema del incendio de mi casa. Soy feliz como estoy ahora y vivo con lo mínimo.
¿Ya no escribe?
-No, ya no, pero no es mala idea retomarlo y colaborar en los diarios. A la única persona que recuerdo con cariño es a Mario Cortés Flores, exdirector de El Mercurio. Fue un gran hombre y siempre recibió mis colaboraciones y artículos.
DESPEDIDA
Son las 18.20 horas. La nubes cubren de improviso el cielo en el sector norte de la ciudad y Jim Olmos se levanta de un improvisado sillón, se sube los pantalones por cuarta vez y mira a su alrededor para salir a caminar. Por un momento recobra la vitalidad y cruza la calle rápidamente acompañado de su mascota 'no reconocida'.
Al caer la noche volverá a mirar las estrellas y dormir en el colchón al lado de la puerta de su casa, mientras los vecinos pasan una y otra vez por el angosto pasaje y lo miran sólo de reojo, ya acostumbrados a esta postal.