Del pie hasta el ala (2)
Si hubiese de erigirse el monumento imposible, la estatua entre las nubes, en alabanza del escritor que más profundamente hubiese entendido la santidad del avión, no podría acogerse otra imagen que la del piloto y poeta francés Antoine de Saint Exupery, cuyos arrojos y cuyos libros encierran una misma y poderosa vibración de vastedad. De su autoría, El aviador, Vuelo nocturno, Piloto de guerra, antes que El Principito.
Saint Exupery merece, como ningún otro, el puro altar de los espacios, porque fue sacrificado en las alturas; en efecto, cuando la honra era suya y su patria se debatía en defensa de la dignidad humana, entró al servicio de la aviación de guerra y murió en acción, consiguiendo, así, la santificación de su obra con sangre propia.
Pero, aún hay más: Antoine de Saint Exupery cayó en tierra desconocida y su cuerpo no fue hallado jamás. ¿No encontramos, aquí un simbolismo fascinador, algo como la sugerencia de un abono celestial sobre la pobre tierra de los hombres que el poeta cantara y tutelara con encendida y vastísima ternura?
En Chile, el múltiple Juan Marín, -poeta, aviador, médico, diplomático, representante de la vanguardia- inauguró los aires literarios con su libro Looping, de tendencia futurista, 1929. Encarna al poeta-usina, sonoro como una guitarra de aluminio, viril, atlético, sediento de inmensidad.
En seguida, han realizado literatura de aviación, César Lavín Toro, el chispeante Bonzo Lavín, Diego Barros Ortiz, galardonado por las cinco mil jerarquías de su profesión, Guillermo Marín Rodríguez y Arturo Christie, que del aire vivificante saltó a los vericuetos e intimidades del diarismo político, en cuyas simas no han de sentirse a gusto las alas y los embriones de alas.
Hemos dicho de pie hasta el ala. Demos pie cordial para asaltar las estrellas. Y que por nuestro corazón cante, como un avión, en la conquista de todas las estrellas porque, de estrella en estrella, corre la línea central del hombre de verdad.
Linterna