El amor es un número imaginario
Cuando leí El Hombre Demolido de Alfred Bester seguido de los relatos clásicos de Bradbury, descubrí parte de la obra de Roger Zelazny. Pude llevarme la idea de un gran pack en mi búsqueda desinteresada por la literatura de ciencia ficción.
El trabajo de Zelazny si bien para algunos sólo trata de escritos a mí más bien me parece un trabajo elevadísimo, en algunos casos impresionantemente conmovedor, sobre todo considerando que viaja por uno de los géneros más complejos en la narrativa y hoy por hoy, donde vale más el ranking o una nerviosa obsesión por llevar a rodaje la obra literaria.
El norteamericano Zelazny figura como uno de los arquetipos de la ciencia ficción, comenzó su carrera alrededor de los años sesenta, en varias oportunidades se hizo merecedor del premio Hugo, también del Nébula.
Philip José Farmer, hace un alcance que me suena a una exquisita bofetada acerca de su obra: 'Hace mucho que pienso -no soy el único- que si los lectores que no leen ciencia ficción echaran un vistazo a sus relatos, se zambullirían en ellos con la misma avidez que reservan para la obra de un Saul Bellow o un Camus'.
Si bien su conjunto de novelas, 'Las crónicas de Amber' fueron las más reconocidas, la serie de relatos de su libro 'El amor es un número imaginario' de 1971 reproduce los momentos más creativos del escritor, quince textos alucinantes como 'Las puertas de su cara, las lámparas de su boca', acerca de la pesca en Venus y una de las bestias más grandes en el sistema solar, alusivo a Moby Dick.
La lírica no está ausente, su lenguaje lo hace un virtuoso y literalmente sus mundos lo hacen aún más virtuoso como el Marte decadente y solitario que describe en 'Una Rosa para el Eclesiastés'.
Para algunos sus relatos no han envejecido bien, al generarse el desencuentro con los verdaderos avances que existen hasta este siglo, sin embargo, la gracia de Zelazny no recae en ser profético, ni futurista.
Si no, que no exista la ciencia ficción.