El fin del sistema electoral binominal
Marco Enríquez-Ominami
En la actualidad existe un consenso político para poner fin al espurio sistema binominal, sin embargo, se están dando distintas posturas respecto a su reemplazo: desde el mayoritario a una vuelta, que propone la UDI, hasta el proporcional - absurdamente llamado 'moderado' -.
Nada más difícil que cambiar el sistema electoral, pues es necesario un gran acuerdo o, lo que llamaba Ricardo Cruz-Coke, 'un golpe electoral', es decir, actuar por sorpresa y así dejar fuera de la línea de fuego a un sector del parlamento. El problema principal que surge para cambiar los sistemas electorales es el redistritaje, pues ninguno de los incumbentes está dispuesto, de buenas a primeras, que acorten o agranden su distrito, poniendo en riesgo su reelección.
El actual proyecto de ley sobre reforma del sistema electoral no carece de estas distorsiones, a lo cual hay que agregar que perjudica a los candidatos independientes, privilegiando las listas de partidos, con el riesgo evidente de una 'partidocracia' o, lo que es más grave, la reproducción de una oligarquía de castas.
El sistema matemático belga, de Víctor D´Hont, tiende a favorecer a los partidos mayoritarios en desmedro de los pequeños .
El cambio del sistema electoral sería incompleto si no lográramos corregir uno de los defectos centrales de nuestro sistema legislativo: no es lógico que un proyecto de ley tenga que pasar por dos Cámaras, que cumplen exactamente la misma función - alternativamente, una u otra son cámaras de origen y revisoras, respectivamente - lo cual hace muy lento el proceso de tramitación del proyecto de ley-.
El sistema bicameral tiene sentido en países de organización territorial federativa, pues la cámara alta representa, en este caso, a las regiones, estados y gobernaciones. En el caso de un Estado centralizado, como el chileno, el senado carece de sentido, pues ambas cámaras se basan en el mismo principio de representación territorial, con la sola diferencia de la duración del mandato - no existe lógica para que uno sea de ochos años y el otro de cuatro años, salvo la loca idea de atribuir a los diputados más inmadurez en las decisiones, una especie de 'pipiolos del siglo XIX' y, al senado, la sabiduría de la senectud -. De todas maneras, el solo hecho del cambio electoral, aunque de manera imperfecta, es un paso importante para dignificar la política.