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Fotógrafo local retrata la vida de los mineros bolivianos

talento. 'Vale un Potosí' de Mauricio Zarricueta, se exhibe en la Sala de Arte de Fundación Minera Escondida como parte del Festival de Fotografía 2014.

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La exposición 'Vale un Potosí' del fotógrafo antofagastino Mauricio Zarricueta, está disponible para el público de manera gratuita en el Pasillo Expositivo de la Sala de Arte de Fundación Minera Escondida, muestra que nos entrega una mirada distinta de la ardua labor minera y que además forma parte de la primera versión de FotoAntofagasta, Festival de Fotografía 2014.

Esta exposición que podrá ser visitada hasta el 20 de junio fue tomada en Cerro Rico de Potosí, considerado como el mayor atractivo turístico de la ciudad, y nos entrega una visual de la actividad minera desarrollada en el cerro desde hace más de 500 años, donde los protagonistas son quienes día a día exponen sus cuerpos a la difícil tarea de la extracción de minerales, en esta zona de Bolivia.

Conoceremos los rostros de quienes rascando las paredes de la montaña en busca de plata, consiguen en la mayoría de los casos sólo estaño y zinc que puede cambiarse por unos pocos pesos. Siendo la silicosis, gases y derrumbes sus fieles compañeros en la labor.

También el artistas nos presentará el personaje del 'tío', figura hecha por los mineros en representación a la deidad poseedora de las minas, a quien deben rendir ofrendas para sacar el mineral en la oscuridad de la mina.

Además de esta exposición, durante todo el Festival FotoAntofagasta, que se realiza desde el 14 de mayo al 19 de agosto estarán en exhibición distintas muestras fotográficas que podrán ser visitadas de manera gratuita. La muestra 'Vale un Potosí' estará abierta de manera gratuita hasta el 20 de junio en la Sala de Arte de Fundación Minera Escondida (O'Higgins 1280).

Viejos negocios de barrio

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Hace poco empecé a enumerar algunas de las viejas costumbres que se desaparecieron de los viejos negocios de barrio.

Recuerdo que cuando niño, mi abuela me mandaba al almacén de la esquina con una botella a comprar medio litro de aceite y el almacenero lo extraía de un tonel grande mediante bombeo. El espectáculo era exquisito y podía repetirse con el vinagre o la parafina que se usaba en algunas cocinas. Incluso, se usaban tarros especiales para acarrear el combustible en esa época en que los cilindros de gas no aparecían todavía como 'modernidad'.

Fui testigo siendo pequeño de que la gente compraba un cuarto de mantequilla, la que se vendía en un papel café convertido en un cambucho, los almacenes tenían el fragante olor de las especias, el azúcar se sacaba con 'puruñas' y todo podía ser adquirido por cuarto, medio o kilos completos, incluido los fideos y los granos.

Los dulces multicolores eran adornos encerrados en inmensos frascos de vidrio muy grueso y existía una máquina para rebanar el jamón o el queso en distintos tipos de grosores. Incluso, en algunos lugares se apilaba el carbón de espino o la madera y el champú venía en polvo, en pequeños sobres. Las bolsas eran de papel y existía la tradición religiosa de pedir la yapa, esto es, el regalo que el vendedor le daba al niño o niña, en forma de chocolate o caluga.

Existían cuadernos generalmente ajados y destartalados, en donde se apuntaban las compras de los clientes, a los cuales les tenían asignada una hoja, cada una de ellas con el nombre de pila. Los vendedores sonreían más y había tiempo para intercambiar comentarios acerca de este mundo y el otro.

¿Qué fue de esos negocios maravillosos? ¿Dónde quedaron esas viejas y saludables costumbres de entonces? Cuando llegó la 'modernidad', esto fue barrido por la impersonalidad de los malls o los supermercados y todos se convirtieron en un código de barra y en un plástico deslizable y lentamente se fue perdiendo ese exquisito ritual de entrar a un almacén de barrio, donde cualquier sorpresa era posible...