Daniela me enseñó…
Sin duda una de las certezas de la vida es que no sabemos lo que ella nos tiene deparado en nuestro camino. Paradójico ¿no? Tener la seguridad de la incertidumbre. En nuestro afán de estabilidad y tener todas las variables bajo control se esconde el miedo a lo desconocido, a que nos ocurra algo que no deseamos, que nos afecte en primera persona o a nuestro entorno, en resumen, miedo a sufrir.
Cuando algo así nos sobreviene, nos preguntamos el porqué, qué hicimos mal y elucubramos sobre la injusticia y lo inmerecido de aquello. Una muerte, un abandono, una separación o una pérdida, no tiene un sentido lógico aparente.
Al parecer la vida no discrimina, se encarga inexorablemente de poner obstáculos con un propósito desconocido y que nos plantea un desafío a desentrañar. Paradigma que radica en descubrir el para qué nos ocurre, cuál es el sentido o preguntarnos si es posible crecer y rescatar algo positivo de un hecho que nos ha hecho sufrir. Personalmente creo que sí, Daniela me lo enseñó y lo he comprobado.
Después del golpe de su partida de conciencia, Daniela dejó un mensaje como todos los que dan las tragedias, esos que sólo se cristalizan con el tiempo, cuando la pena inicial ya ha pasado y los buenos recuerdos comienzan a ocupar el lugar del dolor.
Ese mensaje tiene que ver con la capacidad de distinguir de entre el dolor, aquello que nos hace ser mejores, eso que nos modifica y nos ayuda a enfrentar los desafíos futuros con renovadas herramientas. Algunos le llaman resiliencia, para mi tiene que ver con valorar las cosas del día a día, las que muchas veces en el afán de hoy pasamos por alto o damos por sentado.
Con su presencia ausencia, Daniela nos recuerda de forma diaria la importancia del amor incondicional y sacrificio de una familia, del sentido de una verdadera amistad, lo importante de sonreír, de soñar con un lugar mejor o simplemente disfrutar y vivir conscientes de lo que nos ocurre.
Para ti Daniela, con toda gratitud.
Fernando .