El traje de marinero
La infancia chilena tiene la alegría de un tierno uniforme: el traje de marinero.
El traje de marinero azula el corazón de nuestros niños, preparándolos para las grandes navegaciones del hombre. Con su cuello de estrellas, bailando al viento, y el pito para las maniobras de la ilusión, principia en ellos la enseñanza del mar.
Vestidos de marinero, ¿qué niño chileno no entiende que pertenece a los tripulaciones heroicas, donde el mar y la sangre encierran los mismos fulgores de gloria?
Las madres visten a sus hijos con el traje fascinador, para adiestrarlos en la tarea de vencer las artimañas de las olas y los abismos del viento. Las madres entienden que la blusa los convertirá en pequeños señores del océano.
En la gorrita trémula, con el dorado de los nombres queridos Prat, Latorre, Condell, los niños chilenos van por las calles, pidiendo cubiertas, avanzan hacia el puerto de sus iluminaciones y sorpresas.
Cuando llega el 21 de Mayo, nunca faltará un niño que vista de marinero, que desfile solo, ¿para qué más héroes?, agitando un tricolor de papel, en cuyos vaivenes cantan todos los vaivenes de los gallardetes de Iquique.
Entre los retratos de Prat nos conmueve aquel que lo muestra vestido de cadete naval, cuando apenas era un niño, asombrado, mirando el futuro: allí el prócer parece vestido para un juego de honor. Pero, no había livianura en la pose.
Se veía -y se ve todavía- que ese muchacho ya comprendía que el uniforme lo maduraría para el rango altísimo de hombre-héroe, para ser el Hermano Mayor en la Eternidad.
Las modas, a pesar de sus bríos, no lograron colgar el traje de marinero en el ropero del olvido. Siempre veremos uno, limpio y gracioso, recordándonos que en Chile el mar principia, cada día, en el pulso de sus hijos.
Mi infancia se quedó vestida de marinero, en la dulzura de los días que doraba el crepúsculo del Norte, cuando mi padre mecía mis quimeras, en la vieja casa que empezaba en sus manos y se perdía en el mar.
Linterna