Osvaldo Maya

Pocas palabras necesitaba el poeta Antonio Machado para decir mucho. Veamos un ejemplo: "Yo iba haciendo mi camino, absorto en el solitario crepúsculo campesino."

Ahí está el hombre, su vida y su actitud existencial ante las circunstancias. Casi un planteamiento filosófico. Pero luego, hombre muy consciente de sus flaquezas, él se califica de: "…rincón vanidoso, oscuro rincón que piensa!" Momento llegará para que cada uno reflexione en lo que es. Alguien hasta podría decir: "Yo iba haciendo mi camino, absorto en el solitario crepúsculo pampino."

Pero, íntimamente, ¿cuántos tienen hoy una respuesta para su existencia en el Norte Grande? Los individuos que deambulan por ciudades y pueblos nortinos, ¿cómo se vinculan con los valores de la realidad local?, ¿por qué medios llegaron hasta lo que creen ser?, ¿qué juicio les merecerá este Norte el día de mañana?

Hay constantes literarias que juzgan al Norte como tierra de seres transeúntes en poblados o enclaves laborales transitorios. Lo primero se testimonia a la vista y en la diversidad de los apellidos; lo segundo ronda en las ruinas de los pueblos fantasmas del desierto nortino.

El empampado que luchó para ser nortino y que se aquerenció con la inmensidad de estas tierras, se opone al empampado que se extravió en la soledad. Aquél, prácticamente ha desaparecido. Éste, simplemente se murió. Pero ese escenario, con rayos de sol o hielos nocturnos, pervive.

La pequeña o si usted quiere grande historia nortina, es lo que aún queda. Hay que cuidarla. Ello significa entender que todo eso debe ser objeto de conocimiento, porque sólo el verdadero conocimiento es la base de la adaptación.

A partir de esta dualidad, todos seremos nortinos de ley. Dicen que la igualdad, a la postre, ha de imponerse. Ojalá. Por ahora, sólo cabe un interrogante: ¿quién tiene la responsabilidad de cautelar esos conocimientos y de velar por esa adaptación para que el acervo cultural nortino se transmita a las futuras generaciones?