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Etiquetar de "delincuentes" obstaculiza la reinserción social

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Catalogar con liviandad a un adolescente de "delincuente" es claramente perjudicial y riesgoso, ya que solo se pretende o se busca la estigmatización de los jóvenes en conflicto con la ley; y muy por el contrario es un factor protector sino de riesgo, ya que no se orienta a la reinserción socio-educativa de un adolescente que todavía se está formándose como persona.

Precisando que riesgoso generalizar los casos de adolescente en conflicto con la ley y tender a encasillarlos como "los que sobran", por cuanto esa forma abordar la temática solo estigmatiza y les cierra las puertas y oportunidades a los adolescentes que actualmente están sujetos a los programas de SENAME del área infracción, inclusive a adolescentes que están imputados y no condenados. Ya que lo único que se genera es un contexto discriminatorio, un temor en la sociedad y predisposición negativa hacía los/las adolescentes, como si estos per se fueran malos(as).

Ahora bien hablar de delincuencia, claramente estamos hablando de términos que tienen que ver más bien con una construcción social, que al etiquetar lo que también estamos generando que cierta población infanto-adolescente se defina como tales y se excluyan de aquella sociedad que los rechaza.

Los destacados psicólogos sociales latinoamericanos Ignacio Martín Baró y Maritza Montero, que plantean que la naturalización de ciertas ideas, valores y actitudes hacia la realidad, promueve en gran medida a la aceptación de lo inaceptable, como lo son las iniquidades sociales, la discriminación, la pobreza, etc.

Inclusive estudios científicos hablan que la etiquetación y estigmatización en población infanto-juvenil, que ha tenido alguna vez conflicto con la ley, repercute y/o afecta el desarrollo normal ciertos niños, niñas y adolescentes; por cuanto es en esta etapa evolutiva donde se va forjando la construcción de identidad. Siendo necesario desde la misma familia hasta las instituciones públicas/privadas particularmente de educación no generen un estigma de exclusión social, sumado a la misma opinión pública en redes sociales y los medios de comunicación. Donde muchas veces las palabras u opiniones generan realidades distorsionadas, especialmente los prejuicios discriminatorios, que son más bien obstaculizadores en la reinserción infanto-juvenil.

Cuando hablamos de salud mental abordamos un concepto complejo, que afecta a hombres y mujeres indistintamente. No obstante, es necesario preguntarse ¿afecta la salud mental de igual manera a ambos sexos? Para intentar dar respuesta es necesario detenerse a identificar eventuales causas que afectarían mayoritariamente a las mujeres.

Históricamente, según el contexto social y cultural, a la mujer se le han consignado una serie de roles y obligaciones que han sido estereotipadas, instalando conceptos de normalidad y anormalidad, los que han sido reforzados por la familia, pares, comunidad y, actualmente, por diversos medios de comunicación masivos, cargados de principios morales y valóricos que han ido reduciendo los márgenes de error en torno a este comportamiento. Así entonces, se instala en el inconsciente colectivo que la salud mental de la mujer está afectada por su anatomía - el tener útero - y su fisiología - alteraciones hormonales - asociando sus cambios de humor o de ánimo al síndrome premenstrual, depresión post parto o climaterio, en sí, la salud mental femenina se asocia a su perfil reproductivo.

La mujer es reconocida socialmente en diversas culturas como una cuidadora, por lo que tradicionalmente se la asocia al cuidado de otros incondicionalmente, muchas veces olvidando satisfacer sus propias necesidades. A esto se suman tareas en el ámbito doméstico, laboral, gremial y afectivo, donde los roles de ser madre, hija, esposa o pareja, entre otros, son permanentemente valorados, los que refuerzan este sentido de dependencia.

Hoy, este escenario tradicional se ha visto amenazado por el ingreso de la mujer al mundo laboral, asociado a la independencia, lo que sin duda ha tensionado ciertas institucionalidades como el matrimonio y la maternidad, fuertemente cuestionado en nuestra sociedad. Con esto, la mujer ha desplazado roles que se les ha consignado como propios, la crianza de los hijos y las labores casa, lo que le ha generado conflictos internos, sentimientos de culpabilidad, cuestionamientos y estrés, lo que sin duda ha afectado su salud mental. Además, en este nuevo contexto aparecen otros factores como la competitividad y el exitismo, valorados y reforzados positivamente en el mundo del trabajo, los que directa o indirectamente afectan la salud física y mental de las personas.

¿Cómo se puede mejorar o favorecer la salud mental? Primero, es primordial revisar los enfoques con que se aborda la problemática de salud mental en nuestro sistema de salud, el que es necesario enfrentar desde una perspectiva de género y con una visión interdisciplinaria que aporte al desarrollo humano y que permita mejorar efectivamente la calidad de vida. Por otra parte, es necesario comprender que la globalización genera cambios que afectan la cultura, la educación, las formas de relacionarse y de vivir. Desde esta perspectiva, las palabras adaptación y flexibilidad son claves para enfrentar la vida de manera saludable y plena.