Hace meses que está instalado en Chile y Perú el clima de expectación a propósito del pronunciamiento que emitirá la Corte de La Haya respecto de la demanda limítrofe interpuesta por los vecinos.

El proceso llegará al final el 27 de este mes, cuando la Corte Internacional de Justicia CIJ- dicte la sentencia con carácter de inapelable. Los dos gobiernos afirman que esperan el momento final con optimismo y sin triunfalismos, aunque hay matices.

Aunque no se conoce el resultado, es evidente que la sensación peruana es de mayor triunfalismo que en nuestro país. En rigor, ese país tiene mucho que ganar, mientras Chile, en el mejor de los casos, quedará igual, cuestión que los medios peruanos han enfatizado, empujados por sus autoridades.

Lo bueno es que todo se da en un contexto donde ambas naciones han repetido y confirmado que respetarán el resultado a todo evento.

Como se sabe, el Perú demandó a Chile ante la CIJ hace seis años porque considera que los dos países nunca acordaron los límites marítimos y por tanto los que están vigentes en la práctica no son válidos.

Santiago estima que los acuerdos sí están sellados por documentos firmados en la década de 1950, de los que Lima dice, sin embargo, que no les reconoce valor delimitatorio.

Quizás uno de los errores de la Cancillería nacional fue evitar que la demanda sucediera. Es decir, debió evitarse esta instancia, aunque ello es ahora una discusión bizantina.

Ahora sólo resta la tranquilidad que ambos países han puesto en el asunto. Ollanta Humala, Presidente peruano, fue enfático al declarar que los "fallos y sentencias se ejecutan, se acatan" y que después de la emisión de fallo, "se va a marcar una nueva agenda con Chile".

Lo mismo se ha repetido en La Moneda, tanto por parte del Presidente Sebastián Piñera como de la Mandataria electa, Michelle Bachelet.

No debe perderse de vista que con el Perú son muchas más las cosas que nos unen y este tema al menos despeja lo "pendiente".

Tras la elección presidencial, en Chile se están viviendo movimientos que pueden anunciar cambios clave. Se deben diferenciar dos dinámicas respecto a cada conglomerado. Por un lado, tenemos una derecha que perdió más de un millón de votos entre la segunda vuelta de 2010 y la de 2013, resultado que culmina con una campaña que fue, por decir lo menos, caótica. La ironía es que los principales dardos para responsabilizar la derrota van en dirección del mismo que permitió, por vía electoral, el regreso de la derecha a La Moneda desde 1964.

Apenas el gallo había cantado, unos ya negaban su nombre y mucho más que tres veces, la vehemencia más grande viniendo de su propio (¿y ahora ex?) partido. Esto es innegablemente el punto de partida de una nueva redefinición del panorama político en la derecha. El cisma al cual asistiremos no debería realizarse entre RN y la UDI, sino entre los que seguirán la corriente que trata de indagar Sebastián Piñera y los que continuaran en la UDI y RN. La incógnita mayor reside en saber cuál será el tamaño de la franja que lo acompañará.

La segunda dinámica concierne al otro conglomerado, donde el eje principal en el congreso dejará de ser PS-DC y será desde ahora PS-PPD en conformidad con el acuerdo que se anunció hace poco, confirmando así el desplazamiento del bloque hacia la izquierda. ¿Un aire de "deja vu"? Podría serlo, pero no hay nada para inquietarse.

El cuerpo político está tratando de reaccionar ante lo indicado por la sociedad civil, y se la ha criticado demasiado su inmovilismo que sería hoy ridículo de quejarse. ¿Nos asegura esto un "refresh" de la propuesta política? Sin lugar a duda, pero para nada garantiza resultados. Para que un sistema recobre un poco de sensatez, que se ha perdido en numerosos aspectos, es necesario que el panorama político se vuelva a definir claramente, partidos de izquierda siendo de izquierda, unos partidos de derecha que deben estar en la derecha, y ciertas voluntades de ajuste de cuenta y visiones de sociedad que deben urgentemente aparecer como ya obsoletas.

Quizás todo esto, y mirado desde un prisma más amplio, es una etapa más madura del proceso de transición democrática, en la cual la alternancia política ha jugado indiscutiblemente un papel de acelerador. Un regreso a la normalidad que indica a todas luces una nueva etapa.

Facultad de Ciencias Jurídicas Universidad de Antofagasta