Dos cuadras
A medida que transcurren los días crece aún más la estatura creadora e intelectual de Andrés Sabella. Los homenajes que se le han tributado en las últimas semanas y que se han desgranado en incontables artículos a lo alto y ancho del país, así como en actos culturales y tertulias, son una prueba evidente de que el vate había conquistado en vida, laureles imperecederos.
En cada rincón antofagastino se le recuerda y se le respeta. En cada calle pareciera revivir junto con la brisa de septiembre. En Matta, entre Uribe y 21 de Mayo, falta su figura inconfundible. En muchas ocasiones hicimos el trayecto charlando hasta esta casa periodística. Las dos cuadras eran lentas. A cada paso, había alguien que le tendía la mano y un saludo. Muchas veces, una dama se acercaba con solemnidad y con reverencia le confidenciaba que le admiraba, que leía y releía sus "LINTERNAS" Admiradores levantaban sus manos en la calle opuesta en señal de cariñoso reconocimiento. Andrés era feliz sin duda con tantas y efusivas demostraciones de afecto. Así, con su andar corto y con el orgullo que significaba ser el más popular de todos, venía ansioso a dejar su producción diaria donde nada le era ajeno, menos lo que sucedía en su ciudad del alma.
En los últimos meses estaba muy cansado. Me lo confidenció varias veces. Me tomaba del gancho y caminábamos tambaleando hacia el diario. Una de sus últimas observaciones en Orella con Matta fue contra los arquitectos que diseñaron el Comercial nuevo. Le llamaba la atención que se hubiera dejado una lonja de terreno inhóspita entre el Colegio y la acera donde solo se depositaban basuras y tierra. Distinto hubiera sido -dijo- si aquí se hubiera puesto un poco de verde, un poco de césped. En fin, dos cuadras para hablar de lo humano y lo divino. Dos cuadras que son diferentes sin su presencia que lo llenaba todo de antofagastinidad y Norte.
Rubén Gómez Quezada, periodista, escritor, 26.9.1989