Clima de pesimismo
El país está empantanado por el mal ánimo, a pesar de que hay más cuestiones satisfactorias. Es probable que la caída de la confianza explique el fenómeno.
"Rompamos con ese clima, a veces pesimista, que tiende a cubrirnos", dijo el Presidente Sebastián Piñera en La Moneda, dando inicio a las celebraciones de Fiestas Patrias.
El juicio es lapidario, pero certero. Hay una sensación amarga en buena parte de la ciudadanía, un desencanto, que tiene explicaciones, pero no fundamentos tan claros que la justifiquen respecto a su magnitud.
Veamos: La economía crece, menos de lo previsto, pero avanza; hay casos de corrupción, pero todos, o casi todos, están investigándose; los salarios son bajos, pero están al alza. Lo mismo que las pensiones, en línea con los sueldos, pero hay un proyecto para mejorarlas; la salud tiene problemas por resolver, sin embargo mejora, en cantidad de profesionales y calidad de las infraestructuras disponibles (nuestra región y ciudad son un gran ejemplo). La educación no está en los niveles Ocde, pero es la mejor de la región. Y también va en alza.
¿La desigualdad? Que también podría explicar el pesimismo, parece estancada, pero no empeora.
Ciertamente en el mundo aparecen cuestiones más complejas, como el temor al cambio climático, el derrumbe de los grandes relatos -políticos y religiosos-, lo que acarrea incertidumbre sobre las personas que no parecen tener referentes para sus existencias. Y esos son factores sí son muy relevantes en la vida misma.
¿Qué es, entonces, lo único que se ha incrementado notablemente los últimos años? Parece indudable que la desconfianza, el creer en los otros, en las personas e instituciones, hacerse cómplices y cargo de que el futuro de todos involucra el devenir propio.
Parece que los bajos niveles de credibilidad en el otro, como fenómeno social, tiene implicancias mucho mayores, más complejas, más dañinas y destructivas sobre nuestra sociedad. Es un indicador que revela un peso mucho más profundo.
Y de aquello, planes para resolver el fenómeno, no hay nada, lo que revela tanto la inconsciencia del gobierno, como de la pobre clase política que hoy administra el poder.
Porque habrá que convenir que el pesimismo es un estado de ánimo, materializado en el lenguaje y concretado en acciones reales. Entonces, puede ser cambiado, lo que es una necesidad.
Hay que tomarse más en serio la vida y hablar más de las posibilidades abiertas, mucho más que de los dolores que nos aquejan, los que, por cierto, también están en vías de solución.
Chile, Antofagasta, el territorio que observemos, está hoy mejor que antes, no peor y aquello debiera ser un combustible de ánimo.