La reducción de la jornada de trabajo ha acaparado la atención del debate público, raptando la agenda del ejecutivo y uniendo, aunque sea por un momento y frágilmente, a la oposición.
El proyecto suena bien, pero difícilmente podría evaluarse si desconocemos qué efectos tiene una medida que objetivamente encarecerá el empleo.
¿Es dable pensar que en el mundo actual las personas podemos trabajar menos sin admitir que aquello no repercutirá en la economía?
El asunto parece más otro de los flancos de la guerrilla entre la oposición y el gobierno que aparece cada vez más extraviado y sin respaldo ciudadano.
Cualquiera debiera saber que para desarrollar algún proyecto, como asumir el costo de un hijo o hija en la universidad, enfrentar una enfermedad, iniciar un emprendimiento, necesariamente se tendrá que contarse con recursos, los que se obtienen ahorrando o sumando ingresos extras. No hay otra forma y lo mismo pasa con los países.
Pretender reducciones horarias a cambio de nada, porque sí, obviando el problema de la productividad parece explicarse más por el cálculo político que por una comprensión de cómo funciona el mundo y qué debe hacer Chile para seguir avanzando y no estancarse, que es lo mismo que retroceder.
Es cierto que hasta el gobierno militar la jornada era más breve, pero habrá que convenir que el Chile de los 70 nada tiene que ver con el escenario de hoy, mucho más competitivo e interconectado. También es cierto que la propuesta se entiende en la búsqueda de calidad de vida, pero es otro asunto, distinto que el gobierno, como se dijo antes, no ha sabido despejar por la orfandad de agenda en el que habita.
La política es el arte de liderar, consensuar y construir en la medida de lo posible. Lo demás es populismo. La discusión en esta materia solo ejemplifica la pobreza de ideas y el recurrente afán de ofrecer lo popular, sin observar qué es lo conveniente.
El desacople de muchas autoridades respecto al mundo real y al que viene, es pasmoso y peligroso para las metas que el país debería tener. Pero decir lo incómodo no va con los tiempos que corren.