Cándidos y optimistas
"Nuestras autoridades padecen un optimismo simplón, que evita realizar reflexiones serias". Marcela Mercado, Gestora cultural
En la actualidad, el optimismo, el mensaje positivo, la idea de hablarle directamente al ciudadano normal forma parte de un discurso que se construye y que retoma ideologías o ideologemas que estaban operando o que operan en la cultura del capitalismo tardío. Los carteles, publicidad y eslogan que señalan "la vida es corta", "alegría" o "tiempos mejores" son elementos o partes de discursos orientadores de las acciones humanas en tiempos en que determinados ordenadores de las creencias y modos de actuar de la gente han caído. Han caído la religión tradicional y los grandes relatos políticos, que era aquello que dotaba de sentido a la vida de las personas. Entonces es interesante observar cómo operan ciertos discursos que parecen ser muy seductores, la idea de "tirar para arriba" "sonreír" "ser positivo". No se trata de nada nuevo, lo que hacen es retomar estos operadores que se encuentran en la cultura.
Si miramos este fenómeno desde de la literatura, podemos pensar en una novela corta, escrita a modo de sátira, "Cándido o el Optimismo" del año 1759 cuya autoría se atribuye a Voltaire. En esta obra el protagonista de nombre Cándido es muy feliz, está enamorado de una mujer, vive en un castillo y tiene un sirviente llamado Panglos, quien se adjudica muchos títulos y que basa sus enseñanzas en la máxima de que "si todo ha sido creado para un fin, ha sido creado para el mejor fin". El texto trata de cómo a partir de tiempos felices, pronto derivan en una tragedia tras otra. Lo que estaba haciendo Voltaire era parodiar la filosofía de un tipo llamado Leibniz quien afirmaba su "optimismo" en que "de todos los mundos posibles que Dios podría haber creado, su inclinación final por este, en lugar de los otros, era consecuencia de una "razón suficiente". Y esa razón, para Leibniz, era que este mundo era el mejor, pese a la innegable existencia de males, dado que cualquier otro mundo posible habría tenido males aún mayores.
En Antofagasta, si abrimos bien los ojos, lo que vemos es una cierta cantidad de desastres en relación a la administración de nuestra ciudad y sus recursos, lo que ha repercutido seriamente en nuestra calidad de vida. Casos como "Chaqueta Blanca", demandas por acoso, pagos millonarios por indemnizaciones frente a la precariedad de soluciones a las demandas de la ciudadanía ya no soportan sólo bellas palabras.
Nuestras autoridades padecen un optimismo simplón, que evita realizar reflexiones serias acerca del estado de nuestra ciudad y los efectos en quienes la habitamos. Una actitud triunfante e irreal que obstaculiza el encuentro de soluciones permanentes.