Gestión y control de la educación
Juan Fuentes Villegas Prof. Historia y Geografía Mg. Educación
¿Quién debe controlar la calidad de la educación, un funcionario tradicionalmente conocido como inspector o, también, la comunidad escolar integrada por padres, alumnos, docentes, no docentes y directivos?
La interrogante lleva a considerar un hecho muy concreto: detrás de todo ordenamiento institucional existe siempre un determinado cuerpo de ideas que sirven, precisamente, para sustentar dicha estructura organizativa. Ahora bien, ¿en qué medida el proceso de reforma educativa en nuestro país ha tomado en cuenta esta realidad? La impresión que se tiene indica que, en general, no se ha tenido muy en cuenta. La atención se ha centrado más bien en los cambios de planes de estudio, la incorporación de metodologías didácticas, etc., pero el modelo de organización institucional ha seguido intacto.
A raíz de esta situación, muchas iniciativas se convierten en verdaderos cuerpos extraños dentro de un modelo de organización escolar que no estaba pensado para darles cabida.
Evidentemente, los que cumplen funciones relacionadas con la conducción educativa están obligados a dilucidar cuál es el trasfondo o el modelo pedagógico sobre el que está asentada la organización institucional y verificar si dicho modelo está comprometido con necesidades sociales como la de educar en y para la democracia. A nadie escapa que en la organización actual de la escuela en Chile predomina una filosofía enciclopedista, y no participativa. La organización está hecha para enseñar ciertos contenidos referidos al área cognoscitiva y, dentro de ese contexto, no han sido previstos los mecanismos para ejercitar al estudiante en la toma de decisiones democráticas y en la formación de actitudes y hábitos de participación.
La organización escolar no ha sido pensada como un lugar de encuentro sino, más bien, como un lugar donde se atiende a un "cliente" que viene a adquirir conocimientos intelectuales y, en menor grado, ciertas aptitudes psicomotrices. La participación es vista como una actividad potencialmente conflictiva, y muy pocas veces se ha pensado en llevar a la práctica una participación realmente vinculante.
En fin, salvando las distancias, así como a nadie se le ocurriría pedir "peras al olmo", sería bastante ilusorio pretender la consolidación de un modelo de sociedad democrática a partir de una escuela que no ha internalizado ni se ha comprometido con un modelo de gestión participativa. Educar en y para la democracia.
Por cierto, no hay un solo motivo para reclamar un nuevo modelo de organización escolar. La escuela participativa tiene también su respaldo en otros fundamentos: la influencia de los factores ambientales es tan significativa que no podemos afirmar que, en gran medida, en el ámbito escolar el mensaje es el medio…. En cada lugar se percibe un clima, que pone en evidencia cierto estado de ánimo colectivo, cierto ecosistema propio dice cada institución, por más que todas ellas se dediquen a la enseñanza. Por tal motivo, hasta la arquitectura debe asumir ese desafío y lograr el diseño de una planta que incorpore la idea de la escuela como lugar de encuentro y de participación. Se superará así, el concepto de una escuela que sólo sirve para dar clases y deja en un segundo plano uno de sus fines primordiales, como el de educar en y para la democracia.
También existen otros aspectos tan importantes como la arquitectura, como el régimen de normas escolares. En relación a esta temática serviría para llamar la atención el efecto modelador que el medio ambiente social y cultural tiene sobre la formación de la conducta social. Habría, por ejemplo, un modelo organizativo "anticonflictivo", centrado casi exclusivamente en la autoselección del alumnado, a fin que dentro de la escuela no haya elementos que perturben el orden y la disciplina escolar.
En cualquiera de los casos mencionados es posible observar un denominador común: la educación de la conducta social no ha sido incorporada y, si se ha tomado en cuenta, solo se ha manifestado como actividad de segundo orden. Ese no es el camino puesto que hay que incorporar la Convivencia Escolar con un criterio verdaderamente curricular y no se ve, aún, un compromiso institucionalizado frente al desafío de formar a un ciudadano o ciudadana con actitudes y hábitos democráticos y participativos.