En qué momento la ciudad de Antofagasta pudo merecer tanto castigo provocado especialmente por sus autoridades; por paradoja, quienes deberían cuidarla y desarrollarla.
La interrogante no tiene respuesta, pero sí unos cuantos ejemplos que solo debieran causarnos vergüenza. Por lo pronto está lo sucedido con Chaqueta Blanca que a esta altura es sencillamente inaceptable, un insulto a cada uno de los habitantes. No hay manera de comprender cómo un proyecto de tal necesidad, que de acuerdo a los estamentos relevantes está listo, no opera, mientras los vecinos del sector norte sufren con los efectos indeseados de un basural que en cualquier otra ciudad del país estaría clausurado hace años.
De hecho, lo están. Antofagasta tiene un atraso de décadas, es una de las pocas ciudades chilenas que no tiene este tipo de soluciones.
La molestia de los vecinos del sector aledaño a La Chimba, aunque ilegal en su forma, es comprensible, pues son ellos quienes deben soportar el paso de la basura, las quemas y malos olores de un vertedero que ni siquiera tiene permiso para operar. La decisión del Municipio de no recibir Chaqueta Blanca ya cae en lo insólito. Esto no se trata de obras faltantes, sino de mera carencia de voluntad.
La labor o ausencia de sentido común por parte de nuestras autoridades es enorme, sin que, hasta ahora, algún ente sea capaz de hacer cambiar el rumbo.
Entre la desidia y la tontería, el daño a Antofagasta es mayúsculo; gran parte de los déficits que tenemos (áreas verdes, calidad de calles, falta de viviendas, mala calidad de la educación, imagen de la ciudad, entre tantos otros) son estricta responsabilidad de quienes nos dirigen.
Tenemos el desafío de retener y atraer talento, prepararnos para los cambios tecnológicos, abordar el proceso de descentralización, conectarnos con los países vecinos, pero de esto no hay nada o muy poco. Seguimos entrampados en discusiones ramplonas y en debates minúsculos.
Lo ocurrido con la basura, con La Chimba y Chaqueta Blanca, son un pasmoso baño de simple realidad.